Hoy, cuando me dirigía de nuevo a tomar contacto con mi trabajo, pensaba en las bondades que tienen las rutinas de la vida diaria. La primera es igualarnos a todos, de alguna forma. No todos nos divertimos de la misma manera e incluso, ni siquiera algunos pueden divertirse de ninguna. Pero casi todos hacemos una vida semejante en cuanto a los hábitos diarios, salvando las diferencias cualitativas que nos puedan separar. Todos nos levantamos, nos duchamos, desayunamos y en el mejor de los casos, tal y como está ahora el panorama laboral, vamos a trabajar.
El arco de nuestro tiempo tiene una distribución semejante en la mayoría de nosotros. Y lo que pensamos que sucede de maravilloso en la puerta de al lado no es, sino más de lo nuestro con otros protagonistas.
Las rutinas nos ordenan la vida y hacen que las tareas que no nos gustan terminen por sernos afines borrando la pesadez de realizarlas. A menudo, las rutinas incluso nos salvan. La única forma de rescatarnos de un vicio es comenzando a darle de lado en base hábitos que no le incluyan. Poco a poco…suavemente…iniciando el camino con un primer paso lento y seguro podemos desengancharnos de lo que no nos conviene.
Hay que forzarse a uno mismo, muchas veces en la vida. Con lo que no nos gusta y tenemos que hacer, con lo que nos gusta y no podemos hacer, con lo que nos disgusta y estamos obligados a realizar, con lo que ansiamos y nunca llega, con lo que pedimos y nunca se nos da.
Entendemos pronto que la vida no es sencilla y que el mundo de nuestro hogar, que tanto nos protegía, se acaba muy pronto, nada más que salimos de él. Y lo peor es que muchos de nosotros andamos vagabundeando entre los nuevos hogares que frecuentamos, o los que creamos a lo largo de ella, para encontrar lo perdido sin éxito. Por esta razón, afianzar las rutinas e incluso rescatar aquellas que nos sirvieron de punto de apoyo en los momentos difíciles, nos servirá para salir adelante en la seguridad que concede lo conocido.
Me ha costado dejar atrás los días de fiesta, y el desconcierto que conllevan, porque a ello también se acostumbra uno rápidamente. Sin embargo, nos podemos dar cuenta que este escenario atípico que estamos terminando debe ser breve si queremos mantener la ilusión de repetirlo.
Las rutinas no necesitan emoción. Se deslizan solas en el día a día. Por eso, nos dejan libertad añadida para seguir soñando que en algún momento, ellas…serán otras… con las cuales podremos, entonces, sentirnos igualmente arropados sin el tedio de terminar la vida casi como comenzó.
De momento, voy a retomar las mías de cada día y a pesar de lo costoso de entrar en ellas estoy deseando ese orden que me aportan para seguir teniendo tiempo de ser yo misma cuando las hago.