Hablamos mucho del ego pero no siempre somos conscientes de lo que queremos decir cuando aludimos a él. Nuestro ser consciente, ese que nos impele a actuar como lo hacemos cada uno y el que siempre se sitúa en el centro del mundo, en vez de estar a nuestro lado, se retira para empujarnos por detrás, en muchas ocasiones.
Caemos en la trampa del altruismo. Es fácil hablar y convencernos a nosotros mismos de lo flexibles, comprensivos y empáticos que somos con los demás. Ignorar nuestra absoluta incapacidad para meternos en el dolor del otro y rescatarlo, nos lleva a perder el ángulo de la visión correcta. Creemos que entendemos todo y nos emborrachamos de palabras grandilocuentes con las que tapamos nuestras garras cuando alguien a nuestro lado sufre.
Mientras el dolor lo veamos en los demás, estamos tranquilos. Podemos sentir lástima, pena o incluso tratar de dar unas palmaditas en la espalda mientras queremos hacer ver que estamos unidos a ese mal momento, pero en realidad estamos bastante lejos de entrar de verdad en lo que le sucede al otro y ofrecernos para ver qué podemos hacer por él.
La práctica Hawaiana del Hópponopono mantiene algo que a mí siempre me ronda la cabeza. …”Si te ves envuelto en una situación de dolor de otra persona o si la conoces, tan siquiera, es porque de alguna forma has intervenido en su creación o lo han hecho tus antepasados. Como igualmente, de alguna manera puedes sanar ese dolor con tu intención…”
Siempre lo pienso cuando estoy al lado de alguien que sufre o llega hasta mí su dolor.
Por si acaso es efectiva esa disposición interna para colaborar en su disolución, pongo en marcha una limpieza de mi propio ego y me diluyo en el otro, pidiendo perdón en silencio y diciendo lo siento, dando las gracias por poder hacerlo y enviando todo mi afecto para que el dolor se libere del alma del otro.
Ojalá pudiésemos hacerlo todos porque alguna vez me tocaría ser ayudada de esta forma y entonces se haría efectiva esa interrelación invisible de las almas donde todas somos UNA.