Salimos
a los balcones con ganas. El motivo lo merece. Agradecimiento desde lo más
profundo del corazón a tod@s aquell@s que están en primera línea de combate,
desde cualquier estamento o institución, a pie de calle, junto a los
infectados. Pero también salimos por vernos, por saber que estamos ahí, por
relacionarnos desde lejos, por sentir que la distancia se acorta cuando podemos
escucharnos y decirnos algo.
Observo
que tardamos en meternos a nuestras casas. No queremos entrar. Es como si
después de los aplausos quedase pendiente otra misión; la nuestra. La de
convertir la desgracia en alegría momentánea. La de poner música hasta de
Manolo Escobar.
No
queremos despegarnos de esta España nuestra que ahora la sentimos de tod@s más
que nunca. La percibimos así en un rincón pequeño, el de nuestros patios y
calles cercanas, con gentes que no conoces pero a la que te une la desgracia. Y
es que no hay nada que una más. Ahí, en lo profundo del dolor se borran las
diferencias. Lo vemos en hospitales, en accidentes, en atracos, en infortunios
naturales. Entonces todo el mundo ayuda y nadie pregunta quién es quién. Eso
que parece importar tanto otras veces de forma ridícula.
La
pena es que tengamos que aprender estos mensajes a través de las desdichas y no
por medio de la felicidad. En realidad, la felicidad no enseña nada solo
permite el goce efímero que, en muchas ocasiones, vuelve a ser fuente de dolor.
Salimos
a los balcones por nosotros mismos también. Para vernos, para hablarnos desde
lejos y para demostrarnos que solamente con la colaboración social la humanidad
puede sobrevivir.
¡!Un
ole por los balcones y ventanas y por la necesidad de sentirnos que hay tras
ellos. ¡!
El
agradecimiento está, por descontado, incluido desde antes de asomarnos!!