Siempre queremos que el otro cambie. Nos parece que
somos los que estamos en posesión de la verdad; que lo hacemos bien y que si
algo debe modificarse no será de nuestro lado porque en él no hay nada
descolocado.
La ecuación no sale. Estamos acostumbrados a que lo
nuestro sea lo válido, a sentir que hemos alcanzado la verdad, que somos justos
y ecuánimes y que si llega el punto de desencuentro siempre estará nuestra
razón que pondrá orden donde se formará el caos.
Nos olvidamos que también existen los demás. Que el de
enfrente tiene sus razones y que sus circunstancias, como las nuestras,
condicionan la forma de responder ante los problemas y las discrepancias.
No podemos cambiar a nadie; salvo a nosotros mismos.
El resto es un imposible que debemos asumir. Eso sí, al cambiar nosotros
cambiará la forma de ver el mundo y a los demás y ese será el definitivo puente
tendido hacia el acercamiento y la paz.
Encontré estas reflexiones mientras buscaba un texto
que ofrecer a mis alumnas como reflexión, hoy.
Lo comparto.
“…Para
que una persona cambie es imprescindible que quiera hacerlo. No depende de
nosotros, sino de su propia voluntad.
No culpes a los demás de no ser cómo tú o
de no ser cómo tú quieres que sean, pues seguro que tú no estás dispuesto a ser
como quieran los demás.

Lo primero es entender que a las personas
hay que aceptarlas tal y como son, y aceptar también que cada uno pensamos y
sentimos de manera diferente. Esto, que parece tan obvio, en la realidad no lo
es tanto.
A menudo nos empeñamos en cambiar actitudes
o comportamientos de los demás sin tener en cuenta que algo que para nosotros
puede ser muy importante para el otro no tiene por qué serlo, y al revés.
Acepta
a las personas tal y como son
La eterna lucha por cambiar al otro pasa
por la aceptación. Tienes que pensar que al final cada uno elige, aunque no
siempre elijamos lo mejor. No puedes tener poder sobre los demás ni otorgarte
una responsabilidad que no te pertenece.
Llegado este punto, piensa: ¿Para qué
quieres que el otro cambie? Puede que la respuesta sea para que sea más feliz o
para que sufra menos, aunque si profundizas un poco más quizás llegues a
reconocer que sería para que tu relación con él mejore.
La eterna lucha por cambiar al otro pasa
por la aceptación. Tienes que pensar que al final cada uno elige, aunque no
siempre elijamos lo mejor. No puedes tener poder sobre los demás ni otorgarte
una responsabilidad que no te pertenece.
Llegado este punto, piensa: ¿Para qué
quieres que el otro cambie? Puede que la respuesta sea para que sea más feliz o
para que sufra menos, aunque si profundizas un poco más quizás llegues a
reconocer que sería para que tu relación con él mejore.
Si no te gusta que te
griten, aprende a hablar con respeto a los demás sin subir el tono. Si no te
gusta que te hagan esperar, sé puntual… y así en cualquier aspecto de tu vida.
Cambiar
tú para que todo cambie
Las relaciones son sistemas, de manera que
si tú cambias, el sistema cambia, o lo que es lo mismo: si tú empiezas a
comportarte de manera distinta con tu madre, ella también cambiará su forma de
actuar contigo.
Si no te gusta cómo ha hecho algo un amigo,
muéstrale otra forma de hacer las cosas.
Si tú esperas que el otro haga algo, lo
único que conseguirás es comprobar cómo el otro está esperando que lo hagas tú
y así no habrá nunca forma de mover el puñetero sistema. Como dijo Robert
Dilts: “Todo el mundo quiere el cambio, pero nadie quiere cambiar”.
http://www.elportaldelhombre.com/desarrollo-personal/item/480-las-cuatro-areas-del-cam