Nos
han contado el cuento del príncipe azul. Las mujeres de mi generación,
esperamos que el hombre que se acerque a nosotras esté deseando hacernos reinas
de sus emociones y que si desea, goza, busca o se entrega sea solamente con
nosotras.
Por
otra parte, nos han dicho y hemos visto, que hay que enamorarse para toda la
vida, que el ser que esté a nuestro lado debe estar colmado/a de nuestras
atenciones y que el resultado será una inmensa compensación y un empeño
indecible, de la otra parte, por hacernos felices.
Nos
hablaron de la felicidad como si fuese algo fácil, externo y ajeno a nuestra
voluntad. Una experiencia que “otros” nos proporcionarían con nombre y
apellidos. Nos dijeron que eso solamente sucedería si nos portábamos bien, si
éramos unas chicas buenas, amables, cariñosas y entregadas.
Nos
pareció lo correcto, nos parecía fácil. Creímos
que eso era todo lo que había que hacer para ser felices con otra persona e
incluso para asegurarnos una felicidad por siempre.
No
era así. Ni lo fue entonces. No lo fue nunca. Todos se empeñaban en creer que
había una fórmula para resolver el eterno dilema del funcionamiento de las
relaciones y se olvidaron que en ellas, nosotros/as tenemos mucha importancia
en la construcción de esa felicidad. Nunca nos llega de un príncipe azul que
nunca se ajusta al del cuento.
Luego
comenzamos a ver que las chicas “malas” se lo pasaban mejor, iban a todos los
sitios y eran capaces de probar muchos príncipes para ver el color de traje.
Nos volvió a parecer podía ser el camino, ya que la fórmula de nuestras abuelas
no funcionaba como nos dijeron. Y de nuevo surgió una generación diferente que
terminó por darse cuenta que ser “niñas malas” las hacía participar, en mayor
medida, de unos placeres que antes se creían depositados en la otra parte de la
pareja para regalárnoslos.
Con
el tiempo, descubrieron que no era la fórmula adecuada tampoco pero, eso sí, se
quedaron con la ventaja de poner en ellas mismas la grandiosa posibilidad de
ser felices.
De
ahí el famoso chiste que dice…”las niñas buenas van al cielo, las malas a todos
los lados”.
Como
siempre, seguramente la solución está en cada uno, dentro de sí y dejándose
llevar por lo que acepte su corazón y le mejore.