Tuve una madre genial. Ésta era su
frase preferida. “No pasa nada…” que sobre todo la comenzó a emplear cuando ya
estuvimos lo suficientemente formados para saber qué nos convenía y qué no; qué
debíamos defender, qué apoyar o qué rechazar.
Su mensaje era claro. “Lo más
importante son las personas y lo que está vivo.”
Efectivamente damos mucha
importancia a cuestiones que no la tiene: ..” que si has manchado el sillón”, “que
no pises esa alfombra”, “que has dejado descolocado ese libro”, “ cuidado que me
ensucias el coche”…y un sinfín de ejemplos que solamente nos hablan de lo
estúpidos que somos.
Las cosas deben estar a nuestro
servicio. Lo que no quiere decir que no estén ordenadas y dispuestas para vivir
con comodidad y fundamento. Pero el coche, la casa, las ropas, el dinero…todo
lo que no tenga vida nunca debe captar tanto nuestra atención e interés como
para reglamentarlo de forma que lo demás se subordine.
La vida, esa sí que es importante.
La vida en cualquiera de sus formas. Podemos categorizar, priorizar o
seleccionar pero en cualquier caso lo que está vivo siempre estará por encima
de las cosas.
No olvidemos que dentro de esta
consideración hay otra muy importante. La vida fue posible por la colaboración,
por la ayuda, por la simbiosis. Por eso, cuando ayudas a otro/a en lo que sea,
tú mismo creces, evolucionas, mejoras, te transformas. Nunca ayudar resta en
nada. Siempre suma, para los que la reciben y para quienes la dan. Es algo
parecido al amor, nunca divide, siempre multiplica.
“No pasa nada…” es la frase que
más se agradece cuando creemos que hemos hecho algo mal y la otra persona no
acude a la riña para resolverlo. Ni al castigo, ni al improperio, las malas
formas o los malos modos.
Una vez que se dice esta frase se
produce un estado de relajación tan necesario como sanador para la persona que
ha tenido el fallo, porque es ahí en esa tranquilidad cuando podemos comenzar a
explicar que aunque no pase nada se puede hacer mejor o que para otra vez habrá
que tener más cuidado etc… Y eso si que se recibe con agradecimiento… y al
final cala mucho más que lo que se nos dice con agresividad, desprecio o
desdén.
Se lo he agradecido siempre a
ella. Lo he aplicado con mis hijos y con mis mayores más tarde.
Todo se suaviza con esas tres
palabras.
A veces, es lo único que
necesitamos; quitar el miedo a la reprimenda ante nuestros fallos porque
después escucharemos con mucha más atención e intención de corregirlo.
A mí me sirve.
Lo recomiendo.