Muchas veces estamos ciegos y sordos. No nos damos cuenta ni
de lo que hacemos, ni de lo que dejamos de hacer. Nos atrapan las situaciones y
los embelesos y poco a poco caemos en un camino que nos desvía de lo nuestro.
Existen muchas cosas en la vida de las que hay que
defenderse, pero las peores son aquellas que no son evidentes a los ojos. Ni
siquiera parecen tener peligro y sin embargo, son fauces a punto de tragarte.
Hay que estar atentos. A las circunstancias, a nuestro papel
en ellas y, sobre todo, a la de los demás. La naturaleza infecciosa de muchos
pensamientos propios y la contagiosa de emociones ajenas pueden jugarnos malas
pasadas.
Un editorial del
Journal of de American Medical Association afirmaba, recientemente, que la salud y las enfermedades mentales son
tan contagiosas como una sonrisa o el sarampión. Pueden contagiarnos la felicidad
o la tristeza, pero también el descontrol y la locura, la inseguridad o el
miedo, la estabilidad o inestabilidad, sin darnos cuenta.
Si nos dejamos contagiar por los “fuera de escena” de otros,
sus obsesiones, sus temores, sus paranoias y su dopaje mental estaremos
perdidos. Quedaremos infectados y seremos vehículo de transmisión para los que
estén a nuestro lado.
Es escalofriante pensar las proporciones que
podría alcanzar una reacción en cadena de ese tipo. Por otro lado, nos queda la
idea esperanzadora de que la influencia de la gente positiva y equilibrada es
igualmente contagiosa, y se propaga, su incidencia, de la misma manera.
Independientemente de lo infecciosos y
sutiles que puedan ser los pensamientos y las actuaciones de una persona, todos
contamos con un cierto factor interior de resistencia. Podemos decidir en gran
medida si queremos dejarnos “infectar”.
Debemos desarrollar
nuestro sexto sentido poniendo a prueba nuestra estabilidad mental y emocional
hasta el punto de resistirnos a adquirir actitudes mentales no deseadas y que
solo sirven para desequilibrar nuestro status de sensatez y el de nuestro
entorno.
La mejor
noticia es pensar en toparnos con gente llena de luz, que transmite su
serenidad y su optimismo por donde va y que llena de entusiasmo los huecos de
aquel alma que se acerca a ella.
De cualquier
modo, protejámonos contra la estupidez ajena, contra sus distorsionados
criterios, contra el envoltorio y el sucedáneo, contra la copia y la
falsificación, contra los castillos en el aire y el humo en la sonrisa.
Al fin y
al cabo se trata únicamente de nuestro bien.
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