Muchas veces nos preguntamos por qué personas
aparentemente similares a nosotros alcanzan éxitos que nos asombran.
Todo está en la calma, en la serenidad y en
la concentración.
Estar presente en el momento que se está.
Hacer lo que se hace cuando se hace. No dejar a la mente divagar a su antojo.
Vivir el pasado o angustiarnos con el futuro.
Recogernos a nosotros mismos a cada
instante y llevarnos de nuevo a nuestro centro; ese del cual nos alejamos tanto
en cada momento.
Parece que todo tiene más importancia que
hacernos conscientes del momento presente y asumirlo como lo único que hay.
Veamos este breve cuento Zen que reflexión
nos trae hoy sobre la concentración y el dominio de la mente.
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Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y jactancioso
campeón retó a un maestro Zen que era reconocido por su destreza como arquero.
El joven demostró una notable
técnica cuando le dio al ojo de un lejano toro en el primer intento, y luego
partió esa flecha con el segundo tiro. "Ahí está", le dijo el viejo,
"¡a ver si puedes igualar eso!". Inmutable, el maestro no desenfundo
su arco, pero invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña.
Curioso sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo alto
de la montaña hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por un frágil
y tembloroso tronco. Parado con calma en el medio del inestable y ciertamente
peligroso puente, el viejo eligió como blanco un lejano árbol, desenfundó su
arco, y disparó un tiro limpio y directo.
"Ahora es tu turno", dijo mientras se paraba graciosamente en
tierra firme. Contemplando con terror el abismo aparentemente sin fondo, el
joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a hacer el tiro.
"Tienes mucha habilidad con el arco", dijo el maestro, "pero
tienes poca habilidad con la mente que te hace errar el tiro".
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