Entramos en una era
histórica en la cual parece que todos los intentos por acercar el hombre a su
humanidad van en retroceso. Es como una especie de involución en la que
triunfan los “ismos”.
Más individualismo,
más racismo, más egocentrismo, más consumismo, menos humanismo… y un sinfín de
términos semejantes que asoman para quedarse por un tiempo.
Hay una vuelta atrás
en la corriente humanizadora que épocas pasadas. Nos separamos más, en vez de
acercarnos mejor.
Construir muros no
es el camino. Trazar puentes abre campo hacia el encuentro.
Veamos este breve
relato. A veces, cuando el puente está tendido, los pasos se dan solos.
Empecemos a
construir para seguir encontrándonos.
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“Había una vez dos
hermanos, Tomás y Javier. Vivían uno al frente del otro en dos casas de una
hermosa campiña.
Cierto día llegó a la casa de Tomás un carpintero y le preguntó si tendría trabajo para él. Tomás le contestó:
—¿Ve usted esa madera que está cerca de aquel riachuelo? Pues la he cortado ayer. Mi hermano Javier vive en frente y, a causa de nuestra enemistad, desvió ese arroyo para separarnos definitivamente. Así que yo no quiero ver más su casa. Le dejo el encargo de hacerme una cerca muy alta que me evite la vista de la casa de mi hermao.
Tomás se fue al pueblo y no regresó sino hasta bien entrada la noche.
Cuál no sería su sorpresa al llegar a su casa, cuando, en vez de una cerca, encontró que el carpintero había construído un hermoso puente que unía las dos partes de la campiña.
Sin poder hablar, de pronto vio en frente suyo a su hermano, que en ese momento estaba atravesando el puente con una sonrisa:
— Tomás, hermano mío, no puedo creer que hayas construído este puente, habiendo sido yo el que te ofendió. Vengo a pedirte perdón. Los dos hermanos se abrazaron.
Cuando Tomás se dio cuenta de que el carpintero se alejaba, le dijo:
—Buen hombre, ¿cuánto te debo? ¿Por qué no te quedas?
—No, gracias —contestó el carpintero—. ¡Tengo muchos puentes que construir!”.
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