La
herramienta humana por excelencia de relación y comunicación es el lenguaje. En
su esencia, es una de las mejores y peores formas de acercase a los demás para
propiciar o demoler las relaciones.
Somos
violentos con él, muchas veces. Agredimos, increpamos, juzgamos y reprochamos,
consciente o inconscientemente. Y todo ello tiene un origen común. No
escuchamos y si lo hacemos nuestro objetivo es responder para imponer nuestra
verdad, no para comprender la del otro.
Hay
dos pilares fundamentales para relacionarnos compasiva y comprensivamente con
el resto. Cualidades que pedimos a los demás pero ejercemos poco.
Una
de ella es la expresión sincera desde el corazón y otra la escucha empática y
sosegada.
Dejar
hablar. Comprender lo que quieren decirnos. Observar sin juzgar y condenar.
Analizar los sentimientos que provoca en nosotros esa comunicación. Ver las
necesidades que genera en nuestro interior y realizar peticiones en función de
ello.
Solemos
ser impetuosos en las respuestas.
Desde
mi propia experiencia trabajo conmigo misma por serenarme en la escucha. Tengo
un defecto profesional que dificulta, en muchas ocasiones, que la otra persona
tenga el tiempo necesario para comentar lo que quiere. Explico demasiado y lo
hago impulsivamente. Por ello, estoy
leyendo un magnífico libro llamado “La comunicación no violenta” (Marshall B.
Rosenberg).
Este
concepto es sinónimo de la “Comunicación compasiva”. Expreso con sinceridad.
Recibo con empatía y comprensión.
Analizo mis sentimientos, asumo mis necesidades
y realizo peticiones sobre lo que realmente me sucede.
Debemos
escuchar más y ser más sincero con lo que nos sucede ante lo que escuchamos. A
veces, por no dañar al de enfrente generamos una lucha interna de alto coste
para todos o lo contrario, hablamos sin valorar que la sinceridad puede
confundirse con la grosería o la agresión.
La
forma en la que hablamos, los gestos, las miradas y la disponibilidad con la
que nos coloquemos frente al otro van a ser claves a la hora de gestionar las
relaciones y mejorarlas.
Dar
oportunidad al de enfrente de explicarse, pero también darnos la ocasión de
comunicar lo que nos pasa.
No
dejarlo dentro. Hacerlo con suavidad pero con contundencia. El otro tiene
derecho a saber por qué reaccionamos de una forma u otra. Tú tienes el deber,
ante ti mismo, de decir cómo te sientes y qué necesitas.
Una
forma simple de sentirnos bien sin llevar a cuestas la mochila de las palabras
no dichas o de las que se escaparon sin control.
Feliz
comienzo de semana.
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