He compartido este
texto en alguna ocasión más; sin embargo, creo que es necesario tener en cuenta que todos cambiamos según el
momento, la época y las circunstancias que nos toca vivir.
Cuando recibimos una ofensa es mejor esperar para poder
reaccionar de acuerdo a un “egoísmo positivo” bien entendido.
Contestar a las ofensas, responder a ellas movidos por la rabia,
escupir el veneno que nos inoculan es, seguro, negativo para nosotros.
Tenemos que esperar un tiempo, corto incluso. En ese espacio
temporal ya habremos cambiado. Seremos otros y entonces, las molestias también
será diferente.
Veamos.
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El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él
comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión.
Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del
maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.
Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a
su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la
intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del
Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo
sucedido permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó
afectuosamente.
Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
--¿No estás enfadado, señor?
--No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
--¿Por qué?
Y el Buda dijo:
--Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que
estaba allí cuando me fue arrojada.
Para el que sabe ver, todo es transitorio: para el que sabe amar,
todo es perdonable.
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