Comenzamos el lunes con
un breve cuento que nos recuerda el valor que hemos de tener para enfrentar la
verdad. En ocasiones es más cómodo autoengañarse. Nos mantenemos en un estado
de conveniencia paciente que a pesar de que nos mina por dentro, nos da la
seguridad que creemos necesaria para continuar.
La verdad puede llegar a ser dura, terrible y descarnada,
sin embargo siempre es mejor que la trémula y blanda mentira recostada en un
rincón del alma, absolutamente decidida a quedarse con nosotros hasta que nos devore por
completo.
Veamos…
“Érase una vez un hombre
que buscaba la verdad.
Un buen día llegó a un
lugar en donde ardía una innumerable cantidad de velas de aceite.
Éstas se encontraban
cuidadas por un anciano que, ante la curiosidad de este individuo respondió que
ése era el lugar de la verdad absoluta.
Aquél le preguntó qué
significaban sus palabras, a lo cual respondió que cada vela reflejaba la vida
de cada individuo sobre la tierra: a medida que se consume el aceite, menos
tiempo de vida le queda.
El hombre le preguntó si
le podía indicar cuál era la de él
Al descubrir que la llama
estaba flaqueando, a punto de extinguirse, aprovechó un instante de distracción
del anciano y tomó la vela de al lado para verter un poco de aceite de ésta en
la suya.
Cuando estuvo a punto de
alzar la vela, su mano fue detenida por la del anciano diciendo: -"creí
que buscabas la verdad"...
Reflexión
A veces en la búsqueda de
la verdad, cuando creemos encontrarla nos resulta tan difícil asumirla que
la negamos...
Sucede en la vida, ante
traiciones, engaños, infidelidades.
Vamos buscando la verdad
para confirmar nuestras sospechas y al descubrirla nos sentimos débiles para
asumirla, ya que a veces la verdad es tan dolorosa que nos deja paralizados o nos
sentimos morir al enfrentarla...
Optamos por negarla, o
tomamos la parte que más nos beneficia y dejamos la que más nos perjudica...
Descubrir la verdad puede
ser terrible, pero es mucho más doloroso convivir con la mentira...”
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