Lo peor es no
saberlo. No saber de lo que eres capaz, ni en lo bueno, ni en lo malo.
A veces, hacemos
cosas, nos metemos en problemas sin necesitarlo, creemos en la gente sin
comprobar si lo merecen, suponemos que nos van a devorar las ataduras y no
vemos que las únicas cadenas son las de nuestra mente.
Este cuento de J.
Bucay es un clásico en las consultas de coach y psicólog@s que se encargan de
reconducir las conductas erróneas de la gente que se siente débil o que la
hacen sentir así.
Recordemos lo que
dice.
“…Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me
gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me
enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enrome
bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después
de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante
quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas
clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era
solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la
tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese
animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad,
arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por
qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes.
Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio
del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque
estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por
qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con
el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo
recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma
pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido
lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se
escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy
seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de
soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy
fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a
probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día
para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque
cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene
registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después
de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese
registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez... “
No hay cadenas más fuertes que las que crees que te atan. Prueba.
Comienza a caminar. Sigue. Avanza. No te detengas. Pase lo que pase. No hay
otra opción mejor que seguir.
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