Nadie está libre de problemas. Unos reales y acuciantes; otros
magnificados y delirantes. Pero en cualquier caso, nadie lo tiene todo.
En ocasiones creamos problemas donde no los hay y creemos ver
fantasmas donde solamente hay aire libre para darle la forma que deseemos.
Uno de los aspectos más importantes en la persona son sus miedos
o lo contrario, la falta de ellos. Quienes reconocen sus miedos, al menos,
están en el camino de su solución, pueden transitarlos e incluso salir con
ellos de su mano. Quienes temerariamente no reconocen ninguno, implícitamente tienen
muchos silenciados, reprimidos y hasta enquistados en el fondo de su alma por
lo que, sin saberlos, se beben un veneno del que nadie puede librarles.
El miedo a la soledad es uno de los más fuertes que de forma
instintiva sentimos por ser seres sociales y necesitar de la gente también para
realizarnos. Por eso, los que dicen no tener miedos lo tienen muy acentuado y
se deshacen en búsquedas continuas de personas que llenen los huecos terribles
que no reconocen. No pueden estar solos porque ello les obligaría a encontrarse
con el ser que son y estar frente a él les asusta.
Aquellos que de forma explícita reconocen el temor a la soledad
del solitario, no se conforman con cualquier cosa, sino que esperan su hueco,
el lugar que les corresponde sin forzar el encuentro, sin necesitar fagocitar
al de al lado para sentirse plenos.
Siempre es mejor lo simple. Dar espacio y tiempo a cualquiera de
nuestros problemas. Confiar en las soluciones que de forma natural trae la vida
y entender que si uno está bien consigo mismo, el resto va de regalo, pero no
se necesita.
Busca tu hueco dentro de ti.
Esto te hará imparable.
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