Debería
haber un lugar donde se guardasen las ilusiones perdidas. Una oficina de
esperanzas distraídas custodiada por un mago que pudiese encontrarlas al
instante. Estoy segura de que todos querríamos que nos diesen nuestra vez allí.
Cuando crecemos vamos dejando, como un
rastro de cometa, las ilusiones que nos ayudaron a ser lo que somos. Acortamos
el paso y respiramos más profundo. Reímos menos y nos preocupamos más y con
ello cedemos el lugar de la fantasía a lo que hemos denominado la “cruda
realidad”, que no es otra cosa que el día a día sin entusiasmo.
Seguro,
que en el cajón de los recuerdos aún podemos encontrar ilusiones sin fecha de
caducidad. Delirios y quimeras que construyeron en nosotros la valentía, el
arrojo y la vehemencia de cumplir con nuestros sueños y ver que nos llevan de
la mano.
Todos
hemos dejado parte de nuestro corazón en ello y ahora le tenemos remendado por
muchos sitios. A veces bordado, a veces cosido y otras emparchado. Con
cicatrices hechas de puntadas y patadas. Con bordes deshilachados y
discontinuos, con flecos que se bambolean de lado a lado, con pespuntes que
intentan cerrar para siempre viejas heridas o con bodoques y zurcidos que
hilvanan a duras penas su forma.
Sin
embargo, si buscamos bien…si entramos por alguna de sus rendijas encontraremos
las viejas fantasías que iluminaron nuestras sonrisas en otros tiempos, los
perritos de peluche, los balones, las muñecas y los coches, los primeros
vestidos destinados a gustar, los olores, los sabores y hasta los viejos libros
que siempre nos esperan, aún dormidos.
Volver
al pasado, en este caso, siempre nos hará bien. Posiblemente podamos recatar
del olvido ilusiones en buen uso, sueños que han crecido en silencio y fantasías
que ahora sí pueden hacerse realidad.
Esta
noche voy a intentar buscar en mi baúl. Estoy segura que alguna ilusión de la
que ni siquiera me acuerdo, puede hacerme aún muy feliz. Al fin y al cabo, eso
es lo que buscamos todos. Gotitas de felicidad que caigan sobre nosotros como
una fina lluvia en aspersión.
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