Nunca
he vivido sola, ni he sentido vacío en las habitaciones porque todas estaban
llenas. Hoy es el primer día que siento correr el aire por ellas, la ausencia
de risas y música alta, pero sobre todo ese griterío divino que sucede cuando
hay peleas por un mismo jersey.
Empieza
una nueva etapa de la vida, de ellos y mía. He regresado dejando otra casa
abierta con lo que más quiero y enredada en el pensamiento de que cuando un
hijo marcha de casa para estudiar…en realidad nunca regresa más. Esta es una
verdad a medias, en el fondo, porque luego la casa que ha sido su nido en la
infancia sigue siendo su lugar de referencia en la vejez.
Todos volvemos a los orígenes. Es una especie
de impronta grabada a fuego que se instala en el alma como un estigma indeleble
cuando tenemos nuestras primeras vivencias.
Hay
momentos en la vida que sabes que tienen que llegar. Uno les imagina terribles,
llenos de negros presagios e invadidos de dificultades. Y algo de ello puede
que haya pero tan desdibujado, dentro del cúmulo de sucesos que ocurren, que
apenas se da importancia a lo que tanto se temió.
La
vida nos da oportunidades a cada instante. Posibilidades de hacer bien lo que
hemos hecho mal, de remediar el dolor con entusiasmo añadido, de ser
transparentes cuando hemos dejado a otros beber el agua turbia.
Siempre
se puede volver a comenzar teniendo en cuenta de que cada vez será desde un
punto distinto.
Ningún
río lleva agua que pase dos veces por el
mismo sitio. Constantemente somos otros. Por eso cuando uno comienza
algo nuevo, una etapa diferente, una carrera, un libro, un curso, un trabajo,
una relación, un amor, una amistad…cualquier cosa que sea, lo hace desde su
otro yo, ese que cambia a cada instante a tenor de lo que le va sucediendo.
Porque todo lo que nos ocurre enseña, por mínimo que nos parezca. Y de todo
extraemos pedacitos de sabiduría para no caer de nuevo en los mismos errores o
al menos para poder intentarlo, que no es poco.
He comenzado hoy a comprender que la soledad
no significa ausencia y que el hogar está allí donde esté lo que se ama. Pero
sobre todo he entendido que siempre habrá un lugar donde todo esté junto y en
el cual rebose por doquier la alegría de gozarlo; y ese late aquí en el pecho,
en el medio de nuestro centro y en él estarán siempre todos, los que están y
los que nos esperan.
Ya pase por esa experiencia inquietante cuando vemos a los hijos partir por sus propios caminos, los mismos que nuestra experiencia les ha ayudado a definir para su vida.
ResponderEliminarY se nos arruga el corazón y quiciéramos parar el tiempo para que todo se mantenta quieto aun cuando sea por un instante....pero no, la dinámica de la vida se impone y verlos partir, uno a uno en forma inexorable nos ayuda a entender que el destino se cumple, los sueños se realizan y el hogar solo se expande en distancia quizá para darle una medida, pero sigue siendo cercano el amor, la comunicación y ese constante sentimiento de pertenencia que nos hace familia-hogar.
La nostalgia que experimentamos al contemplar las mullidas cunas en donde retozaron felices se desvanece silenciosa y queda al aceptar que hemos sido los constructores de sueños y los forjadores de carácter, elementos vitales para la administración sabia de la libertad que hemos proporcionado.
En esos instantes de soledad es cuando necesitamos la mano amiga que nos apoye en la etapa que se inicia.
Nuevos caminos, nuevos sueños...!
....!