Cuando la vida nos
va mal solemos buscar culpables. Muchas veces no acertamos a encontrar respuestas a tantas incógnitas que van surgiendo
en el camino cuando los fracasos aparecen o las angustias nos invaden. La
mayoría lo que se impone en nuestro
razonamiento, es la sensación de impotencia que amenaza desde dentro
continuamente y que nos posiciona en el centro de los males como desoladas víctimas al vaivén de las
circunstancias.
Sin apenas darnos
cuenta aparece la temible autocompasión como un camino hacia ninguna parte. Incapaces
de comprender por qué somos protagonistas de tantas vicisitudes decidimos dejar de disfrutar de la vida para pararnos a
lamer nuestras heridas.
La lástima por uno
mismo es un sentimiento destructivo, adictivo que genera un placer momentáneo
(como las drogas), pero nos aísla de la realidad.
Los demás, el resto
de los que nos rodean, pueden acompañarnos en nuestra pena, incluso tratar de sufrirla
con nosotros pero, sin duda, no pueden comprender en su totalidad la dejadez
que podamos padecer con respecto a la
terrible sensación de que todo nos va mal. Y con ella, pronto empezaremos a apreciarnos como
unos perdedores incapaces de recuperar la partida.
Lo más dramático
surge cuando la autocompasión comienza a ser crónica. Nos damos pena. Nos
sentimos tan pequeños que apenas entendemos cómo llegar a soportar la vida
normal de cada día. Nos debilitamos por momentos. Y nuestra mente deja de
funcionar con el engrase del positivismo y la esperanza.
La lástima por uno
mismo siempre es infructuosa. Pero no inocua. Es dañina y venenosa. Nos lleva a
un estado de infantilismo donde caemos en el círculo vicioso de reclamar
atención a quienes obvian que nos
sentimos tan mal como para pedir, sin palabras, amor a fondo perdido.
La autocompasión
puede llamar a una amiga muy cercana: la depresión y juntas invadir hasta el
último hueco de nuestras vidas.
Cuando llamen, de
la mano, a nuestra puerta es mejor dejarlas pasar, sentarlas de frente y
dialogar con ellas. Aquello a lo que nos resistimos, persiste. Preferible que
tomen asiento, que degusten su café y que regresen al lugar de donde nunca
debieron salir.
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