Vivimos en la época de las
modas. Los cánones de belleza cambian cada día. Lo que hoy se lleva mañana se desecha
para volver pasado. Oscilamos entre la moda retro y las tendencias americanas
de la 6º avenida. Sexo en Nueva York, la serie más vista de las últimas
décadas, nos ha hecho creer de nuevo en el príncipe azul, al igual que Pettry
Woman, que consiguió materializar el sueño de todas las mujeres pertenecientes
a los simples mortales de a pie.
Sin embargo, la realidad es otra. Los sueños están bien para
hacer dulces las horas de la noche, pero al despertar uno debe mirarse al
espejo y saber encontrarse. Nos agrade lo que veamos o no, debemos comenzar por
saludarnos y sentirnos bien con ese viejo conocido que nos devuelve éste.
Llega el verano y todos queremos lucir una buena figura,
vestirnos con una sonrisa y agradar lo máximo posible. Pero en realidad, nada
de esto nos irá bien si la alegría y el encanto no van por dentro. De nada
sirve agradar al resto si la alegría no está pegada a nuestra piel y si no
terminamos de aceptarnos tal y como somos.
Hay, por otra parte, personas que se toma tan estrictamente
esta afirmación que rayan en la desidia. No se trata de darnos igual. Ni de
creer que no podemos mejorar si sentimos ganas de ello. Siempre se puede.
Aunque todo nos diga lo contrario. Aunque nosotros mismos no nos ayudemos en
absoluto.
Todo está en el cerebro. Absolutamente todo. Desde las
necesidades a los deseos, desde el sexo a la curación. Todo parte de él y
regresa a él. De otro modo no existiríamos de forma consciente, ni nos daríamos
cuenta de que nuestra mano, nuestro pie o nuestros ojos son nuestros en realidad.
Sin él, no podríamos anticipar, soñar, desear ni ser felices. No podríamos
perdonar, ni gozar. Ni siquiera conseguir que nuestro corazón lata por lo que
más queremos y darnos cuenta de que es así.
Por eso, precisamente por eso, en el cerebro están también
todas las posibilidades de conseguir lo que nos propongamos. Desde mejorar la
imagen a dejar un vicio. Desde serenarnos hasta ser felices. Desde comenzar a
vivir por fin, hasta dejar de malvivir en un ser que no nos gusta y no
terminamos de aceptar.
No hay mejor amigo que nosotros mismos. Ni juez ni verdugo
que más severamente nos trate. De ahí la necesidad de firma la paz definitiva
con la consciencia que nos constituye y a partir de ahí volar libres hacia lo
mejor de nosotros mismos.
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