A veces vivimos en un mundo que no
existe. Posiblemente sea más fácil construir uno para nosotros solos y allí
intentar ser felices, pero es peligroso. Uno se cree que sus sueños son la
realidad o que sus fantasmas son los monstruos que le acechan.
Hay un mundo que está dentro y otro que
vive fuera, independiente de nuestro pensamiento y nuestras actitudes, lleno de
realidades unívocas que somos incapaces de ver. Hay días diferentes que nunca
llegamos a pasar, momentos distintos que se enredan con los que creemos vivir y
no podemos distinguir. Hay, sin duda, otros mundos paralelos en los que podemos
entrar y salir sin renunciar al nuestro.
Es una especie de juego que debemos
poner en práctica. Ante las situaciones que no son favorables, podemos recrear
otros modos de estar. Es difícil salirse del papel cuando somos protagonistas
de la desgracia y en ella vamos, sin darnos cuenta, envolviéndonos y asfixiándonos.
Es
sencillo sin embargo, vernos pronto en el fondo y allí advertir que no queda
nada para sentirnos peor. En ese punto, el camino solamente lleva al ascenso.
Una escalada rápida que precisa un cambio de actitud en el cual, en vez de
encontrarnos perdidos y lejos de nosotros mismos, seamos capaces de creernos en
otra posición, ser otros, perder el punto de vista negro que todo lo tiñe y
pensarnos diferentes.
Vivir
en mundos paralelos tiene un coste, no obstante. El precio de mezclar sueños y
realidades, el contravalor de huir hacia delante tantas veces y la pena de
perdernos entre la bruma cuando detrás, a la vuelta de la esquina, dos pasos
más adelante…brilla de nuevo el sol.
Posiblemente
cuando se empieza a apreciar la
necesidad de relativizar la mayoría de las cosas que nos parecen como desgracias,
es cuando sucede algo de eso que uno no puede remediar y que nunca más volverá.
Entonces, todo lo demás sobra y el resto también basta.
No
me gusta vivir en un mundo que no existe porque aunque a veces me guardo en él,
nunca me espera cuando vuelvo y continuamente tengo que inventarme uno nuevo
que debo recolocar si quiero seguir adelante.
Cuando
de verdad estamos perdidos nada mejor que preguntar a nuestro sabio niño
interior, a nuestros guías, a nuestros seres celestiales, al universo, a
nuestra voz del alma…y esperar la respuesta.
Llega y llega seguro trayendo calma a nuestra
angustia.
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