Con el tiempo y a base de tener
momentos difíciles, soledades imposibles y carencias insospechadas, uno se da
cuenta de que la felicidad no puede estar afuera o, al menos, no debe estar ahí
si queremos conseguir ese estado continuo que mantenga nuestro equilibrio
homeostático en orden.
Nuestra peor equivocación está en las
expectativas que tenemos con respecto a los demás, en las que nos involucramos
tanto que perdemos el punto de referencia. Y éste siempre debe estar en nuestro
centro, en el que seguro permitimos la entrada a problemas que no son nuestros.
La mayoría de las contrariedades que
nos afectan en este mismo instante no dependen de nosotros porque si así fuese,
si realmente su resolución estuviese relacionada con nuestra voluntad o nuestro
empeño, seguro que ya no serían problemas. Si como digo, no dependen de
nosotros debemos desechar la culpabilidad de no poder resolverlos y sobre todo debemos
repartir bien los papeles de quien ocupan un lugar en ellos.
Lo primero es no culpabilizar a quien
no tiene culpa. A quién la pueda tener debemos, sin embargo, concederle un
lugar a parte ajeno a nosotros. Cada uno es responsable de sus acciones, de su
comportamiento, de su proceder y todo lo que se haga en esta vida tiene un
precio. Nunca queda impune y se ve seguido de unas consecuencias. Si no somos
nosotros los que estamos provocando el problema en realidad debemos de
quedarnos fuera, quietos y sin mover ficha. Serán los demás los que tengan que
responder ante la ley inexorable de la causa y efecto; serán ellos los que
tengan que sufrir el resultado de su comportamiento y si aún pensamos que de
alguna forma puede salpicarnos, entonces coloquémonos aún mejor en el medio de
nuestra alma y blindemos nuestras emociones para asegurarnos que no asumimos
también los desechos de los demás como propios.
No
somos el contenedor de la basura ajena pero a veces, se nos olvida.
Exacto, no somos el contenedor de basura de nadie. No hay que permitir la entrada de problemas de otros, ya bastante tenemos con los nuestros.
ResponderEliminarPrecioso texto!
Así es, pero muchas veces creemos poder salva a la otra persona de sus propios fantasmas y eso es imposible¡ sólo conseguimos llénanos nosotros de emociones tóxicas.
ResponderEliminarGracias por el comentario¡***