Algunas
mañanas comienzan mal. Empiezan con equivocaciones, errores y despistes que
parecen condicionarnos todo el día. Cuando esto sucede uno se siente alerta,
como si el resto del tiempo que queda hasta la noche estuviese condenado a
llevar el mismo tinte.
Es difícil no contagiarnos de la
sensación de esperar qué más va a suceder pero como siempre venimos diciendo,
es indispensable valorar lo sucedido, saber el coste que tiene y asumirlo. Nunca
nada de lo que nos sucede es tan blanco
ni tan negro. Hay matices que tal vez no vemos en un principio y que seguro que
tienen algún tono favorable también.
Lo mejor de un mal comienzo es saber
remediarlo y no podemos hacerlo sino con la actitud que nos resta para los
momentos que quedan. A mí me gusta ser práctica y ello conlleva a no dar
demasiadas vueltas a lo sucedido, a extraer de ello un aprendizaje, por pequeño
que sea, a aparcarlo en el rincón de los sucesos perdidos y a seleccionar las
emociones que me provoca. No es sencillo aunque lo parezca. Pero tampoco
imposible.
Siempre digo que la mejor memoria es la
selectiva. Todo está en ella indeleblemente pero podemos establecer cajones en
los que vayamos diferenciando lo que nos
puede servir de lo que ya nos sirvió.
La acción nunca se produce en el
pasado. Lo que sucedió terminó. El ahora tiene otras exigencias y éstas siempre
requieren lucidez para resolverlas a nuestro favor, en la mayor medida posible.
Si has comenzado mal el día pregúntate
dónde estuvo el error para no volver a cometerlo. Si lo que hay de malo en él
no depende de ti, olvídalo, mantente a flote sobre el agua, quédate quieto y
espera. Después de un tiempo cortito podrás reanudar la marcha. Eso sí, olvida
lo sucedido o de lo contrario actúa…siempre concediéndote plenas indulgencias a
ti mismo porque de otro modo, nadie lo hará.
En el fondo, nunca pasa nada.
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