El eterno dilema de creer o no creer en algo que nos proteja, que
nos ayude, que de sentido al antes que queda tras nuestro nacimiento pero sobre
todo que encamine el destino después de nuestra muerte…
Pensamos que nuestra suerte debe estar ligada a la existencia de un
ente superior que todo lo puede y de cuyos designios hacemos carne y en función
de este pensamiento, muchas veces, renegamos de él.
Si nuestra vida es excelente, tenemos salud, gozamos de suerte en
el trabajo y nos sonríe el amor…¿cómo no pensar que todo ello es un regalo del
cielo?. Si falta alguno de estos ingredientes, aún seguiremos pensando que
realmente hay algo, pero que tal vez no lo merezcamos todo. Si por último,
nuestra vida ha sido un cúmulo de desgracias renunciaremos a la idea de que
algo debe protegernos puesto que no lo ha hecho.
Nada hay seguro, mas que aquello que grita en tu corazón. Lo que
sientes desde el estado emocional que genere en ti tu caótica o magnánima existencia. Sin embargo,
tampoco nada es definitivo y si ahora no crees en dios…tal vez él si puede que
crea en ti y de alguna forma esté esperando el momento de decírtelo. Puede
también que ya creas y sientas con fuerza tu propia voz interior reclamando
gratitud por tu serenidad incondicional…en ese caso, también mirará para ti sin
despistarse por tenerte seguro.
De cualquier forma , creamos o no…él, ella o lo que sea tiene que
venir a rescatarnos, alguna vez, de la desesperanza de sentirnos una hoja a
merced del viento; de un viento que tanto te estrella contra las paredes como
te sube a la más alta cima.
Posiblemente, ni el cielo esté arriba ni el infierno abajo. Nada
está fuera de nuestra consciencia y nada etéreo estará en el exterior tampoco
para extender su ayuda.
Lo que hay, lo que existe, lo que debe redimirnos de la
desesperanza, vive dentro. Hemos nacido con ello y con ello nos iremos de
nuevo.
No estamos solos. Eso es ya bastante.
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