PERLAS DE SABIDURÍA
Había una vez en el lejano Oriente un
hombre considerado muy sabio. Un joven viajero decidió visitarle para aprender
de él.
-Maestro, me gustaría saber cómo llegar
a ser tan sabio como usted...
-Es realmente sencillo, -le dijo- yo
solo me dedico a descubrir perlas de sabiduría. ¿Ves aquel gran baúl de perlas?
-Sí.
-Son todas las que he acumulado durante
mi vida.
-Sí pero... ¿dónde puedo encontrarlas?
-Están en todas partes. Es cuestión de aprender a discernirlas. La
sabiduría siempre está preparada para
quién esté dispuesto a tomarla. Es como
una planta que nace dentro del hombre, evoluciona dentro de él, se nutre de
otros hombres y da frutos que alimentan a otros hombres.
-Aaahhhhh, ya, ya.... Lo que me está
diciendo es que tengo que ir descubriendo lo que hay de sabio en cada
persona para crear mi propia sabiduría y compartirla con los demás...
persona para crear mi propia sabiduría y compartirla con los demás...
En aquel momento, las palabras de aquel
joven parecía como si se fueran formando una pequeña nube de vapor de agua que
se condensaba hasta solidificarse en una pequeña perla. Inmediatamente el
maestro la recogió para ponerla junto al resto de perlas.
El maestro le dijo:
-Realmente, mi única sabiduría es
recopilar estas perlas para después saber utilizarlas en el momento oportuno.
AFILAR EL HACHA
En cierta ocasión, un joven llegó a un
campo de leñadores con el propósito de obtener trabajo. Habló con el
responsable y éste, al ver el aspecto y la fortaleza de aquel joven, lo aceptó
sin pensárselo y le dijo que podía empezar al días siguiente.
Durante su primer día en la montaña
trabajó duramente y cortó muchos árboles.
El segundo día trabajó tanto como el
primero, pero su producción fue escasamente la mitad del primer día.
El tercer día se propuso mejorar su
producción. Desde el primer momento golpeaba el hacha con toda su furia contra
los árboles. Aun así, los resultados fueron nulos.
Cuando el leñador jefe se dio cuenta del
escaso rendimiento del joven leñador, le preguntó:
-¿Cuándo fue la última vez que afilaste
tu hacha?
El joven respondió:
-Realmente, no he tenido tiempo... He
estado demasiado ocupado cortando árboles...
EL ÁRBOL QUE NO SABÍA QUIEN ERA
Había una vez en un lugar que podría ser
cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un jardín
esplendoroso con árboles de todo tipo: manzanos, perales, naranjos, grandes
rosales,... Todo era alegría en el jardín y todos estaban muy satisfechos y
felices. Excepto un árbol que se sentía profundamente triste. Tenía un
problema: no daba frutos.
-No sé quién soy... -se lamentaba-.
-Te falta concentración... -le decía el
manzano- Si realmente lo intentas podrás dar unas manzanas buenísimas... ¿Ves
qué fácil es? Mira mis ramas...
-No le escuches. -exigía el rosal- Es
más fácil dar rosas. ¡¡Mira qué bonitas son!!
Desesperado, el árbol intentaba todo lo
que le sugerían. Pero como no conseguía ser como los demás, cada vez se sentía
más frustrado.
Un día llegó hasta el jardín un búho, la
más sabia de las aves. Al ver la desesperación del árbol exclamó:
-No te preocupes. Tu problema no es tan
grave... Tu problema es el mismo que el de muchísimos seres sobre la Tierra. No
dediques tu vida a ser como los demás quieren que seas. Sé tú mismo. Conócete a
ti mismo tal como eres. Para conseguir esto, escucha tu voz interior...
¿Mi voz interior?... ¿Ser yo mismo?...
¿Conocerme?... -se preguntaba el árbol angustiado y desesperado-. Después de un
tiempo de desconcierto y confusión se puso a meditar sobre estos conceptos.
Finalmente un día llego a comprender.
Cerró los ojos y los oídos, abrió el corazón, y pudo escuchar su voz interior
susurrándole:
"Tú nunca en la vida darás manzanas
porque no eres un manzano. Tampoco florecerás cada primavera porque no eres un
rosal. Tú eres un roble. Tu destino es crecer grande y majestuoso, dar nido a
las aves, sombra a los viajeros, y belleza al paisaje. Esto es quien eres. ¡Sé
quien eres!, ¡sé quien eres!..."
Poco a poco el árbol se fue sintiendo
cada vez más fuerte y seguro de sí mismo. Se dispuso a ser lo que en el fondo
era. Pronto ocupó su espacio y fue admirado y respetado por todos.
Solo entonces el jardín fue
completamente feliz. Cada cual celebrándose a sí mismo.
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