Todos nacemos con el mismo velo o al menos con uno. Es
difícil encajar los cambios que la vida va trayendo desde que pasamos de la
comodidad del afecto materno a la dureza de la vida cuando son otros quienes
tienen que valorarnos y exigirnos.
Hemos aprendido lentamente, unas veces, y de golpe, otras,
pero en cualquier caso con caídas y tropezones de los que no se nos ha olvidado
su sabor. La dulce inocencia con la que comenzamos nuestros primeros pasos se
va perdiendo en el camino mientras izamos
los pies del alma, pero sobre todo cuando colgamos sus vestidos del corazón de
los demás.
Siempre tenemos la posibilidad de elegir. Esa lección
también se va gravando en nuestro modelo de comportamiento. Poco a poco y con
el tiempo, nos damos cuenta de que no podemos dejar de sentir los afectos que
nos invaden al encontrarnos con otras gentes pero sí aprender a gestionar las
emociones que nos provocan.
Quiero pensar que los condicionamientos que parecen
limitarnos pueden ser transformados por la voluntad, por la creencia en
nosotros mismos y por la fe en lo que somos desde siempre y en lo que podemos
ser a cada instante. Quiero intuir una forma de serenarnos que mora en nosotros
y está a nuestro favor siempre. Un don que nace con nuestra persona y
evoluciona siempre hacia la mejora cuando se ejercita: el saber reconducir lo
que duele encontrando en ello el mejor mensaje que nos ayude.
Si no pudiésemos elegir, la vida no tendría sentido. Perdería
su frescura. Es la posibilidad de equivocarnos lo que nos va a permitir
saborear los laureles del éxito cuando toque. Es, precisamente, la sensación de
dudar entre varios senderos lo que somete al corazón a un lifting con el cual
siempre es joven.
Las seguridades excesivas siempre están ligadas al
cansancio. Uno no quiere riesgos cuando no quiere ganar nada, ni tampoco perderlo.
Con el tiempo, nos vamos dando cuenta de que lo peor es caer en un estado plano
en el que todo de igual, nada importe en exceso y la vida adquiera un tono
indefinido en el que si no se ve mucho, tampoco está oscuro del todo.
Se dice que en el medio está la virtud pero no es del todo
cierto cuando lo que está en juego es el envejecimiento del alma. Porque en
definitiva, lo importante no es lo que nos prometemos a nosotros mismos, sino
lo que cumplimos de ello. Eso es lo que nos hace verdaderamente poderosos.
Una vez más creo en el poder de elegir y en la conveniencia
de equivocarnos. Una vez más, apuesto por la vida de sabor de menta, de olor a
hierba recién cortada y del color de las nubes.
Una vez más me digo a mi misma que he venido aquí para
experimentar y que eso siempre conlleva un riesgo, el de apostar por ser feliz
día a día.
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