Siempre he pensado que mi vida
solamente se justifica desde el amor y que para eso he venido aquí. Sobre todo
a AMAR. Me gustaría ser amada siempre y continuamente pero esa es una
asignatura que no es mía, sino de otros, de aquellos que deban dirigir el amor
hacia mí. Lo que de verdad me compete es cómo, de qué manera y en qué cantidad
lo ejercito yo.
Ayer, en una misa de funeral oí hablar
del amor como el único examen que tendremos que pasar al final de la vida.
Efectivamente es así. Hemos venido para amar y aprender a hacerlo sin ningún
condicionamiento. Para querer y querer bien. En muchas ocasiones uno ama mucho
y mal. Ese es el gran aprendizaje. Hacerlo bien.
Podemos preguntarnos en qué consiste lo
correcto de un buen amor. No es difícil reconocerlo. El amor que se regala sin
pedir nada a cambio, el amor que cuida siempre, el que está atento para no
quebrar, el que se entrega y regala, aquel que no necesita explicaciones porque
todo lo sabe, todo lo entiende y todo lo trasciende. El que perdona y comienza
de nuevo desde el punto cero, el que abraza sin rozar, el que pone sus manos en
tu alma para que no tropieces, el que espera siempre, el que sonríe y el que
acoge a cada momento.
La vida sin amor no es vida. No somos
nada sin él. Ni podemos regalarlo si no lo revertimos al interior para
entregarlo grande y fuerte. Como una fuente inagotable de elixir debe manar
incansable para saciar la sed propia y la de quienes tienen la suerte de beber
de ella.
El amor ha de envolvernos por completo…y
dejar que todo lo que toquemos se convierta en él. Ser el rey Midas del cariño,
el mago y el hechicero de la facultad de amar sin límites. El Edén frondoso de
fragancias muticolores y aromas delicadísimos siempre dispuesto para ser gozado.
Ojalá permitamos a nuestro corazón que
se invada de amor siempre y a cada instante porque es la única razón que
encuentro para seguir la vida y compartirla. Lo único que me impulsa a
continuar con la emoción siempre a flor de piel como el mejor regalo que de mi
misma puedo ofrecer.
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