Acabo
de leer un artículo de Pusent que me ha gustado mucho. Colocaré el enlace al
final por si alguien quiere acercarse a él. Se trata de analizar a que “no”
renunciará la gente en el mundo futuro y sobre todo con qué hemos de quedarnos
y a qué debemos de renunciar.
El
mundo que llega es un mundo reduccionista, en el que sin duda, habrá que
renunciar a la grandilocuencia a la que nos tenían acostumbrados para creer que
habíamos alcanzado un estatus importante. Las aspiraciones tendrán que
recomponerse, lo que no significará que nos equivoquemos más y lo pasemos peor.
La
fórmula consistirá en eliminar lo accesorio, en pensar en términos de afecto de
nuevo y no en soledades. Venimos de una sociedad en la que nos han enseñado a
ser islas. Pequeños trozos de roca cuya misión era flotar más que ninguna en la
deriva de la vida, mientras pudiésemos conservar nuestro lugar aunque
golpeásemos a las del al lado.
Aprendimos
a guardar información para ser más valiosos, a emplear estrategias de búsqueda
de oportunidades para ser los mejores, a comprar lo exclusivo y a pensar que
sin una casa grande, un coche aún mayor y sin los pequeños lujos, a veces
inconfesables, no habríamos alcanzado las cotas de felicidad que se presuponían
para los que llegaban al éxito.
No
importaba qué hacer para lograr lo que era el objeto de nuestra lucha,
perdiésemos amigos, familiares y un poco de nosotros mismos en el camino.
Tampoco percibíamos la llegada de la tristeza, el vacío y la soledad de los que
llegan a la meta. Y poco a poco, nos encontramos con muchas cosas y pocas
personas a nuestro lado.
Perdimos
los que debíamos ser por alcanzar lo que quisimos tener y a lo largo del
proceso, la sociedad entera, a través de sus miembros cada vez más unitarios e
infelices, se transformó en un pozo sin fondo que iba tragándose cualquier
iniciativa de salir del estado endémico y crítico en el que se encuentra.
El
mundo que llegue debe ser de otra forma. Colaborador y no competitivo.
Afectuoso y no agresivo. Emocional y no computacional. Un mundo donde la exclusividad
deje paso a la camaradería. Dónde todo sea más pequeño pero más entrañable.
Dónde la tristeza de unos importe al resto. Dónde tener hambre sea un imposible
y estar sólo impensable.
El
mundo que ha de llegar tiene que remover los cimientos del egoísmo para
recolocar la esperanza, la ilusión y el altruismo levantando así el edificio de la fe.
Volver, en definitiva, a creer en el de enfrente
pero sobre todo, empezar a creer, de una vez, en uno mismo como única
posibilidad para gozar de un mundo nuevo.
Articulo
de E. Punset:…”Las cosas a las que no renunciará la gente”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario