No estamos en el mejor momento para hablar de calma y por eso mismo tenemos que hablar de ello.
Llevamos mucho tiempo echando un pulso a la naturaleza, a los demás, a las situaciones de cada día y forzando, así, las leyes naturales del razonable funcionamiento vital.
Hemos estado instalados en el “todo vale” con tal de conseguir lo que quiero o necesito. Nos hemos saltado millones de líneas rojas hasta no ver que tienen color. Hemos dejado muchos cadáveres como rastro sin importarnos que todos somos uno y que a quienes hacemos daño transforman su energía por otra más densa que lleva dentro ira, rencor, odio y cualquier sentimiento dañino que revertirá a su fuente.
La vida ha dicho “basta”. Y hemos tenido que parar o casi. Hay un poderoso mensaje en los acontecimientos que estamos viviendo. Una invitación a la calma. Un llamamiento a los sentimientos puros y a entender, de una vez, que los derechos de unos tienen el límite en las libertades de los demás.
Tenemos más tiempo; eso que nunca teníamos. Podemos usarlo bien.
Quedarse asolas con uno mismo, sin la necesidad compulsiva de tener a alguien al otro lado del teléfono o del asiento en un bar para validar nuestro poder. Un poder que debe venir de dentro y reposar ahí. Un poder que debe erigirse en base a sentimientos limpios y emociones puras. Un poder que no dañe y sí construya. Un poder alejado del arrebato de romper todo a su paso para despejar su propio camino a costa de lo que sea.
Tenemos la oportunidad de adentrarnos en la calma. De probar su excelencia. De ir de su mano a todos los sitios y saber parar a tiempo cuando sea necesario.
Tal vez, todo este cambio podamos usarlo bien e iniciar una nueva etapa en la que nuestros objetivos no perjudiquen a nada vivo y nuestras acciones sean siempre puentes y pilares de lo mejor.
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