Todos
queremos estar en el equilibrio. Sabemos que en el centro está la felicidad y
que cuando estamos en armonía es cuando realmente nos sentimos bien.
Cuando
estamos en estado de lucha interna nuestra vida es un caos. El equilibrio se
produce cuando no elegimos, cuando ves las situaciones tal cual son, cuando
eres capaz de ver que todo va junto, que no hay nada que elegir.
En el
momento que elegimos optamos por una parte de la realidad; la otra permanecerá
suspendida a nuestro alrededor esperando ser aceptada.
Los
problemas surgen de la identificación que crea expectativas. Esa persona es
igual que yo…por tanto espero que se comporte como yo lo hago. Aquí radica el
inicio de la dependencia y del sufrimiento.
Una vez que conseguimos no identificarnos con nada nos convertimos en
espectadores y ahí, en esa zona, nada nos puede dañar. No somos nosotros, todo
sucede fuera y delante. No nos dejamos enganchar por nada y nada puede alterar
nuestra conciencia.
La clave
está en no decir “soy esto o aquello”, permanecer sin juzgar, simplemente ver
el hecho.
Si esto
fuese así, si lográsemos desidentificarnos no habría posibilidad de que nada
nos dañase porque cuando observas eres testigo, te separaras de lo que sucede y
ves que en ti todo está bien; el resto sucede fuera.
Cuando acabe
el día y se ponga el sol o cuando amanezca y salga, deberíamos repetir como un
mantra: ”Todo está bien. Nada puede dañarme. Estoy aquí y no soy lo que dicen o
lo que sucede. Más allá de todo ello, soy yo.
Soy en mí.
Ahí todo es como debe ser.
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