Me
han hecho muchos regalos a lo largo de mi vida. Unos más sencillos, otros más
importantes y alguno incluso extravagante e impensable; pero los regalos más
tiernos y especiales que me han hecho han sido los bizcochos.
Me
los han regalado ante acontecimientos felices. Me los han traído en horas de
máxima tristeza. Me los han dejado sin nombre como sorpresa llena de incógnita.
Han
sido dulces muy diferentes. Llenos de pasas y cereales, de huevo y mantequilla,
de coco o de naranja. Bizcochos tiernos, olorosos y deliciosos al paladar pero
sobre todo aromáticos para el alma.
Cuando
uno de ellos llega a mis manos, recibo todo el amor que la persona ha puesto en
su elaboración. El mimo por lo mejor hecho, la dedicación para que cada trocito
sea, en mi boca, una explosión de buenos deseos y de comunicación sincera sobre
el afecto que me profesa la persona que me lo entrega.
Pensándolo
bien…lo simple es lo mas delicioso. El regalo mejor es aquello que te gusta sin
cuantificar su coste. Lo sabe bien quien me conoce.
Desde
aquí mi pequeño homenaje a este tradicional regalo que, en más de una ocasión,
me ha llenado de dulce aroma el corazón.
El
último que he recibido hace tres días llegó en un momento lleno de tristeza
para mi, por eso su tierno olor a pan dulce me abrazó por completo cuando de
sus manos pasó a las mías.
¡Gracias
a ti mi querida alumna! Y a tantas que me lo han regalado otras veces.
Si
ahora estuvieses, lector/a, delante de mí también te regalaría un bizcocho.
Estoy segura que te ayudaría si tu momento es difícil; si no lo es, también te
quedaría un buen recuerdo del tierno momento.
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