Cualquiera
sonreiría ante esta pregunta. Todos sabemos que no hay alas en nuestra espalda…o
eso creemos.
No
damos pasos, no nos movemos, no cruzamos la línea, no arriesgamos. Y eso porque
creemos que caeremos sin remedio.
Pensamos que no tenemos medios que nos
apoyen, ni pilares que nos sostengan. Tenemos miedo porque no vemos las alas
invisibles que siempre hemos sujetado. Están ahí, esperando a ser movidas.
Estoy
convencida de que no solamente están estos miembros a nuestra disposición, sino
que hay otras almas que están cerca, que nos ayudan, que hacen de voces
silenciosas, de intuiciones poderosas que se nos acercan o aparecen cuando lo
necesitamos.
A
mí me hace sentir bien pensarlo así.
Tal
vez ahí esté el secreto. Sin ir más allá en la reflexión.
Os
dejo este conocido relato que nos puede servir para comenzar a creer.
En
nosotros mismos, sin duda.
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En un país muy lejano, un rey
recibió como ofrenda dos jóvenes halcones y los envió al cetrero para hacerlos
adiestrar. Al cabo de varios meses, el rey se interesó por sus dos preciadas
aves. El cetrero le informó de que una de ellas respondía perfectamente al
adiestramiento, pero la otra no había vuelto a moverse de la rama en que la que
se había posado el primer día.
El rey reclamó la presencia de todo tipo de curanderos para que viesen al halcón, pero nadie logró hacerlo volar. Decidió entonces confiar la misión a los más destacados miembros de la corte, pero tampoco obtuvieron ningún resultado.
Desesperado, el rey comunicó al pueblo que ofrecería una jugosa recompensa a quien consiguiese hacer volar al animal.
Al día siguiente por la mañana, vio al halcón volar ante las ventanas de palacio y pidió a sus cortesanos: “¡Traed ante mí al autor de este milagro!”
Fue un humilde siervo quien se presentó entonces ante él.
El rey le preguntó: “¿Eres tú quien ha hecho volar al halcón? ¿Cómo lo has conseguido? ¿Acaso eres mago?”
Intimidado, el siervo respondió a su rey: “No es magia, Majestad. Sólo he cortado la rama. El halcón se dio cuenta de que tenía alas y empezó a volar”.
El rey reclamó la presencia de todo tipo de curanderos para que viesen al halcón, pero nadie logró hacerlo volar. Decidió entonces confiar la misión a los más destacados miembros de la corte, pero tampoco obtuvieron ningún resultado.
Desesperado, el rey comunicó al pueblo que ofrecería una jugosa recompensa a quien consiguiese hacer volar al animal.
Al día siguiente por la mañana, vio al halcón volar ante las ventanas de palacio y pidió a sus cortesanos: “¡Traed ante mí al autor de este milagro!”
Fue un humilde siervo quien se presentó entonces ante él.
El rey le preguntó: “¿Eres tú quien ha hecho volar al halcón? ¿Cómo lo has conseguido? ¿Acaso eres mago?”
Intimidado, el siervo respondió a su rey: “No es magia, Majestad. Sólo he cortado la rama. El halcón se dio cuenta de que tenía alas y empezó a volar”.
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