Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


domingo, 26 de abril de 2015

VIAJE A ÍTACA ( Relato)



Entramos, de nuevo, en nuestra cita del domingo. Desde hace un mes, abordamos una nueva entrega de este relato en el que consiste la sección “Viaje a Ítaca”.

Se pueden buscar en el historial del blog, las partes anteriores; como posicionamiento previo:






(Owen es un afamado académico  en el ámbito de la siquiatría que decide poner una consulta donde se devuelva a la persona  a su lugar en la felicidad.
Busca su propia terapia a través de las de los demás porque tiene un pasado lleno de sucesos traumáticos que le atormentan a cada instante.)


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EL PRECIO

…Por entonces, necesitábamos un libro de difícil existencia por estar descatalogado hacía mucho tiempo. Todos dirigieron sus miradas hacia mí para que fuese a pedírselo a aquella mujer que jugaba con la accesibilidad a los manuales a su antojo.

Nunca imaginé lo que aquel acto de valentía iba a suponer en mi vida. Accedí a solicitárselo con la condición de que sumase el período de entrega de mis cuatro amigos junto al  mío y poder tenerlo más tiempo. 

Un favor que más tarde pagaría con un alto precio.

          Me levanté temeroso de llegar a la altura de la mesa de aquella mujer inexpresiva y altanera. Fui despacio recorriendo cada mosaico del suelo que se deslizaba bajo mis pies.
Arrastrando el miedo que sentía, me detuve frente a su mesa con sumo cuidado.

Levanté la cabeza para mirar a mi alrededor. Toda la sala estaba observándonos. No se sentía ningún ruido, ni tan siquiera el aleteo de las hojas de los libros al cambiar de posición.

 Mis amigos se zarandeaban en las sillas señalándome que ya era el momento de pedirle aquel manual que había ido a buscar, pero yo no podía articular ninguna palabra. 

De pronto, noté su fría mano sobre la mía. Aquella sensación doliente parecía atravesarme hasta el cerebro. Presionaba dulcemente los dedos sobre la mesa dando paso a mi solicitud.
.- Dime mi querido Owen, ¿qué es lo que quieres?.- Solamente pude levantar la mano izquierda para señalar la estantería en la que se encontraba el ejemplar.- ¿Allí?, ¿está allí?.-

Mantenía una sonrisa llena de ironía y ácido sarcasmo. Era como si estuviese a punto de regañar a un niño al que inmediatamente hubiese perdonado en función de un castigo.

- Acompáñame. Tú me dirás qué libro necesitas.-No pude decir nada. Comenzaba a sentir un calor insoportable que ruborizaba mi cara por momentos. Inició el recorrido hacia una inmensa estantería de la parte derecha. Mientras caminábamos me puso a su altura para llevar su mano sobre mi cabeza todo el tiempo.

.- Señorita Stella, aquél por favor.- Sin mediar palabra subió una escalera diminuta, encajada en la pared, que recorría por medio de unos raíles toda ella. Alargó su brazo y comenzó a tirar del lomo de aquel gordísimo libro al que seguramente no podría sostener en aquella posición. Metió la punta de sus dedos en el final de su dorso y los desplazó tan rápidamente que cayó con un tremendo estruendo al vacío.

Todos comenzaron a reír. La indignación de la bibliotecaria creció al instante. Rápidamente alzó una sorda explosión de entre sus dientes colocando el dedo índice en su boca para restablecer el orden. Sin embargo, recogió el manual y me lo entregó con una sonrisa no sin antes sujetar mi brazo diciendo:

.- Este es. Ahora te tomaré los datos para su devolución.- No dije nada. La seguí temeroso de las próximas palabras que aún estaban reposando en su cabeza deleitosamente. Un minuto más tarde me entregaba una hoja en la que firmaba la sentencia hacia el lado oscuro de mi vida. 

Se acercó hasta mi oído y me susurró suavemente…
.-Mi marido es profesor de Álgebra. Estará encantado de resolver tus dudas esta tarde. Te esperamos a las seis. No tardes. No le gusta la gente impuntual. A mí tampoco. Y no queremos comenzar mal ¿verdad Owen?.-  Esbozó una leve sonrisa mientras recogía la hoja de datos que me había entregado anteriormente.

Un escalofrío separó la voluntad de mi miedo.- ¿Qué había querido decir la señorita Stella con aquella siniestra palabra que daba comienzo a lo que en aquel momento ni siquiera imaginaba? (…)

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