Una de las películas que triunfa,
con verdadero éxito, ahora en España es: “ Ocho apellidos Vacos”. No es
una película excepcional por sus tomas, sus picados, sus primeros planos o el
desarrollo de la trama con actores de reconocido renombre. Nada de eso. Es una
película sencilla, cuyo desarrollo recuerda situaciones tan comunes que nos
hacen olvidar que estamos frente a una fantasía. Salpicada de contextos
graciosos y sobre todo, aderezada con
actores prácticamente desconocidos, se abre camino con una única virtud: harcenos
reír.
Si pensamos un poco, eso mismo nos
atrapa en la vida. Las personas divertidas, las que llevan consigo la alegría,
las que desdramatizan los problemas, las que animan y sonríen; esas son las que
nos gustan, las que tienen éxito y con las que nos gusta estar.
La vida se renueva cada día con
problemas y más problemas. Falta de tiempo, incomodidades, exceso de trabajo o
falta de él, malas caras y peores respuestas, muecas, gestos o ademanes
inapropiados aderezan una ensalada
demasiado ácida para comerla continuamente. Como resultado se nos agria el
corazón y la sangre se vuelve espesa. Nos encolerizamos por cualquier cosa y
todo y rápidamente se convierte en un motivo de discusión. Por eso necesitamos
risas en nuestro día a día, precisamos destensar la mente y aligerar el alma.
Cómo hacerlo es la clave de la cuestión.
El ejercicio, la música, la
lectura y cualquier ambiente o persona grata que nos encontremos pueden servir
de detonante. Pero sobre todo, sumergirnos en las situaciones creadas por
películas como ésta nos inyectará un chute de alegría con más capacidad de
hacernos sentir bien que una droga.
Necesitamos reír, ser felices sin
darnos cuenta, estar bien por un tiempo, aunque solo sea, y salir, más tarde,
de nuevo a la vida con la energía recargada o simplemente con la agradable
sensación de haberlo pasado bien durante un rato.
Seguro que el efecto es más
potente y delicioso que el del mejor tranquilizante.
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