A
veces pienso quiénes somos nosotros para juzgar a otros. Siempre es difícil
valorar y más aún sancionar. Me refiero a las opiniones “opinables”, a las
sentencias de valor que emitimos sin despeinarnos. A tantas y tantas
críticas que salen de nuestra boca con la facilidad de suspiro y me pregunto,
cómo somos capaces de lanzar estos dictamines sin conocer, ni haber
vivido, ni estar en las circunstancias del otro.
Dice
un proverbio Xius:
…”
Nunca juzgues a otro sin haber caminados dos semanas en sus mocasines”…
Eso
es exactamente lo que nos falta, la experiencia que la otra persona vive, sus
circunstancias, su dolor o su pena, sus necesidades y sus angustias. Juzgamos
por los resultados pero éstos no siempre definen lo correcto. Hay que conocer
en carne propia y entonces, tal vez no hubiésemos actuado como esa persona,
sino incluso peor.
Cada
vez intento más no emitir juicios, procuro, si es que me doy cuenta, no
valorar, no condenar porque estoy segura que mi percepción no tiene perspectiva
y si creo que la tiene, me confundo indudablemente porque nunca puede ser la
exacta.
Las
críticas suelen emitirse de forma apartada, a espaldas del criticado y en
ausencia de éste, por eso no puede defenderse e incluso tampoco estoy segura de
que debiera hacerlo.
Cuando
una persona actúa fuera de la “ normalidad” que se ha establecido como buena,
no se la perdona, aunque las consecuencias de sus actos reviertan sobre sí
misma, solamente.
Rechazamos
lo diferente, a quien se atreve, quien osa y a quien es capaz de romper las
estructuras de doble moral a la que muchos de los que critican también se
acogen.
Me
gusta vivir despreocupada de las críticas. No las entiendo y menos las
comparto. Mi vida la tengo que vivir yo, como mi muerte y si ésta se instala en
mi propia existencia, antes de tiempo, nadie, de los que critican, me ayudan a
espantarla hasta que llegue su hora.
Siempre
mantengo que si nos ocupásemos de superar todo lo que sucede en el día a día de
cada uno no habría tiempo para revisar con lupa lo de los demás, ni sentido, ni
conveniencia, ni oportunidad.
Por
otra parte, lo que digan los demás no deja de ser una mera opinión que no tiene
por qué afectarnos porque, sin duda, está exenta de valor y repleta de
subjetivismo.
Al fin y al cabo, solo nosotros vivimos
dentro de lo que nos sucede, el resto es solamente puro espectáculo.
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