Tengo
la costumbre de leer tres o cuatro libros a la vez. Me gusta saltar de uno a
otro y encontrar diálogos diferentes en mi misma según leo cada cual.
A
veces mezclo temas muy diversos, incluso contrapuestos. Pienso que soy una
persona de contrastes, que necesito mantenerme fuera de la rutina y hacer un hueco
entre los hábitos automatizados de cada día.
Mientras
viajaba a mi destino de trabajo, leía un trocito de un libro cuanto menos
interesante y bastante singular acerca del sentido de la vida en función del propósito de la muerte.
De
toda la densidad metafísica que el autor quiere aligerar con ejemplos
continuos, un párrafo me llamó la atención.
Éste, describe en él la unión de la esencia del alma consigo misma, una
vez traspasada la barrera del espacio y
el tiempo terrenal, una vez vuelta a sí misma sin ninguna limitación ni
contingencia. Trata de definir ese
proceso de la siguiente forma:
…”No se puede encontrar palabras que
definan adecuadamente esta sensación…un pálido intento sería describirla como
la sensación de ser …cálidamente
abrazado, profundamente confortado, amorosamente querido, profundamente
apreciado, genuinamente atesorado, suavemente nutrido, hondamente comprendido,
completamente perdonado, enteramente absuelto, largamente esperado, felizmente
bienvenido, totalmente honrado, alegremente celebrado, absolutamente protegido,
instantáneamente perfeccionado e incondicionalmente amado: todo a la vez.
No
pude seguir leyendo porque después de hacer mía cada sensación que me
transmitía esta lectura, entre pausas, nada podía ser igual.
Me
reconfortó pensar en compartir este momento con vosotros, en el que me dejé
llevar por un estado semejante de maravilla, del NO SER, mientras soy.
Tal
vez esto sea ya bastante.
Libro:
En Casa con Dios. Una vida que nunca termina. Neale Donald Walcch
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