Todos hemos sido personas que en algún momento hemos tenido la sana intención de mejorar el mundo, de que nuestro paso por él lo transforme y de ser un granito de arena más en la batalla contra su deterioro.
La pena es que la vida te lleva por muchos derroteros distintos en los que vas olvidándote de estas metas llenas de inocencia y buena voluntad. En su contra, somos nosotros los que vivimos el menoscabo de las virtudes que abrazábamos al inicio de la vida y, sin remedio, nos dirigimos hacia el gran desengaño.
A menudo hay discrepancias entre nuestros ideales y las cosas que nos encontramos. Las experiencias van dejando notas amargas e incluso nos atrapan las emociones o nos arrastra el pánico del descontrol del sufrimiento.
Sin embargo, con el tiempo descubrimos también que los grandes desengaños son lugares muy productivos para el aprendizaje. Cuando nos encontramos ahí queremos salir corriendo para no sentir esa enorme incomodidad. Pero estar atrapado en ello te obliga a ser humilde y a tomar perspectiva.
Descubrimos que la vida gloriosa también es desdichada porque no hay lugar donde esconderse para la adicción y el deseo ansioso que causa. Por ello, es importante contactar con nuestros demonios, con las partes más sombrías y temidas de nuestra existencia.
Debemos comunicarnos con el corazón en sus rincones oscuros porque descubriremos que la gloria y la desdicha están unidas. Una nos inspira y la otra nos suaviza.
Van juntas.
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