Rara vez solemos hacer caso de las palabras de otros. En contadas ocasiones ponemos el acento en aquello que otras personas nos señalan como importante, peligroso o arriesgado. “Nunca se escarmienta en cabeza ajena”, reza un refrán popular. Y es verdad.
Lo extraño del caso es que siempre, sin embargo, llega un momento en el que nos acordamos de que aquello que nos dijeron otros, era cierto. Que nos arrepentimos de no haber seguido los consejos que tan sabiamente, después de pasar ellos por las mismas experiencias, nos dieron.
Palabras exactas para situaciones idénticas. Incluso, muchas veces, vivimos experiencias que nos dolieron, en gente cercana, para poder entenderlas aunque no podamos justificarlas.
La vida es la mejor maestra. La más sabia. La que incluye el tiempo y éste, el reorganizador de los sinsabores, las tristezas y hasta la felicidad.
Será que tiene que cumplirse así para todos. Nadie hacemos caso en su momento. Pero tenemos seguro también que, tarde o temprano, llegará un tiempo en el que nos acordaremos de aquellas palabras que ignoramos para comprobar que el valor que no tuvieron entonces lo adquieren de inmediato en lo más profundo de nuestro ser.
La vida es justiciera. No hace falta infiernos, ni dioses con espadas que separen los buenos de los malos. Aquí mismo vamos a ser seleccionados, no por el premio, sino por el valor de lo que con ella nos viene de vuelta.
“No la hagas no la temas”, dice otro refrán o “ el tiempo lo pone todo en su sitio”…sabiduría inmensa la que se recoge en ellos; aquella que cuando alguien nos aconseja, y cae en saco roto, se desliza suavemente hacia estas sentencias que un día llegan a cobrar el valor inmenso que tienen cuando descubrimos su verdad.
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