Cuando la vida te golpea, en el sentido que sea, te quedas congelado en el dolor por un tiempo. Parece que nada podrá sacarte de él y te lamentas de lo que recuerdas una y otra vez; culpas a otros o te culpas a ti, apelas a la justicia y al merecimiento y tu cabeza se llena de por qués.
A veces, es todo más sencillo. Basta con comprender lo sucedido poniendo las piezas del ajedrez, cada una en el sitio que les corresponde. Entonces veremos el panorama global y nos explicaremos las conductas de otras personas en relación a nosotros y viceversa, por las que tanto sufrimos. Entenderlo ya es un avance enorme. Es el primer paso.
Seguiríamos por aceptar lo que es y lo que fue porque resistirse a lo evidente solamente te instala más en el sufrimiento y te sumerge en una espiral centrípeta de la que no logras salir.
Posteriormente, una vez aceptado, debería llegar la benevolencia con uno mismo. El auto perdón porque no lo supimos hacer mejor. Porque creímos dar lo mejor nuestro y no fue suficiente. Porque estábamos alejados de nuestro verdadero ser y sentir y pudimos estar confundidos, despistados o deslumbrados con otras realidades que no eran nuestras, que nos quitaban la paz y nos convertían en otra cosa.
Por último, comprender que las situaciones que llegan, las personas que chocan contra nosotros y son causa de nuestro dolor no son sino maestros. Puntos de inflexión que nos ponen a prueba ante nuestras debilidades y que de no superar esta especie de examen estamos condenados a repetirlo en ocasiones futuras.
Arremeter contra ellos es absurdo. Solamente queda enviarles buenos deseos; que sean felices en su propio camino y soltar el apego que quede aún por eliminar.
Lo logros se darán a partir de este punto: logros invisibles que harán cambiar nuestra vida, que nos devolverán a nuestro centro, a lo que siempre fuimos, a un estado más alto de conciencia que nos instalará en la paz y en un amor sano, limpio y reconfortante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario