Callamos
muchas veces. Es importante la palabra no dicha, en muchas ocasiones, pero en
otras vendría muy bien a nuestra alma decir lo que sentimos.
Enfrentarnos
con las palabras que nos ahogan y dejarlas salir es muy importante, pero a
veces tiene un precio. Posiblemente nos tengamos que enfrentar a la reacción
del otro y a su contrariedad o desencanto.
Hay
palabras que están mejor no dichas y otras que nos arrepentiremos una vida de
no haberlas dicho.
Hay
personas que por el contrario no filtran. Dicen lo que sea a quien sea sin
valorar si lo que se dice está mejor callado.
Lo
verdaderamente importante es ser capaz de hablar cuando hay problemas. Cuando
se presentan situaciones difíciles, cuando verdaderamente es complicado comunicarnos;
cuando es tan necesario saber lo que cada uno siente y necesita.
A
veces, se nos pone un nudo en la garganta y las palabras no salen. ¡Nos
gustaría decir tantas cosas!, pero siempre nos frena la opinión del otro, su
respuesta, su silencio, su ira, su enfado o su incomprensión.
Si
fuésemos capaces de acercarnos en la actitud se abriría un puente capaz de
acogernos en calma para decir y recibir.
Es
complicado hablar. Es aún más difícil callar. Encontrar el equilibrio sería lo
perfecto, pero no vivimos de perfecciones sino más bien de lo contrario. Por
eso, de vez en cuando, deberíamos lanzarnos a hablar desde el corazón y con la
mesura necesaria para no atacar, sino comunicar lo que sentimos ante lo que nos
duele o molesta.
También
los ojos hablan, las manos expresan y los abrazos dan mensajes.
Comencemos
a emplear todos los lenguajes que estén a nuestro alcance para acercarnos a los
demás; cada vez más.
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