Todos
nos creemos muy honestos. Estamos seguros de que es un bien que nos asiste y de
que sabemos manejarlo siempre y en cualquier circunstancia.
¿Qué
sucedería si ponen un precio a nuestra
honestidad?. En principio, todos estamos pensando que la nuestra no lo tiene.
Pero tal vez no pasásemos la prueba.
Es
difícil ser honesto. Es más difícil todavía serlo con uno mismo porque ese es
el punto de partida de la honestidad con los demás.
Estamos
en un momento de la historia donde los valores parecen un juego sin reglas.
Todo vale. Las infidelidades campan a sus anchas, los ladrones de guante blanco
invaden las cárceles, los maltratadores son precisamente quienes más debían de
amarnos…todo parece estar al revés.
Hay
que despertar de este letargo en el que hemos dejado dormir los pilares de la
ética. Hay que tomar conciencia, poner límites al desvarío, marcar rayas que no
deben pasarse y ralentizar la forma de responder.
Actuamos
muy rápidamente. La inmediatez es un dios menor que nos acompaña siempre. Lo
queremos todo ya. No estamos acostumbrados a la espera.
Nuestros
antepasados veían pasar muchas horas muertas delante de sí. Horas en las que
los trigos debían crecer lentamente, horas en las cuales el ganado engordaba a
su ritmo, horas para lograr tejer una prenda, horas y más horas para esperar
las narraciones del anochecer o hacer el pan para el nuevo día.
Nada
es así, ahora. Todo llega rápido, todo se consigue sin demasiado esfuerzo, todo
se tiene casi por decreto o en caso contrario, nos traumatizamos o respondemos
violentamente.
El
tiempo se esfuma entre las manos. Corremos demasiado. Nunca hay un momento para
no hacer nada, para estar relajados, para simplemente “estar”.
En
esta rueda de volatilidad aparece “la honestidad” como algo anacrónico que no
está de moda.
Cuando
me refiero a este escaso bien no lo asimilo únicamente con el dinero. Uno,
puede ser deshonesto de muchas formas, en muchos ámbitos, de muchas maneras.
Piensa
en tu nivel de honestidad. En la fortaleza con la que aparece en ti. Imagina que
alguien, algo…la pone a prueba…visualiza los beneficios de dejarla a un lado…luego
vuelve al momento actual.
¿Tiene
precio tu honestidad?¿Serías capaz de disculparte ante ti mismo/a? ¿Te
perdonarías de inmediato?.
Ahí
quedan estas preguntas como punto de reflexión…y después, tal vez, no veamos
tan extraño cómo actúan los que pueden violar este sagrado precepto.
O
sí.
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