Siempre
me ha chocado las expresiones típicas que se han formado en base a contarios imposibles.
No hay idea más absurda que la que con una misma locución pretende dulcificar
lo inadmisible. Veamos por ejemplo:
· “ Perdono pero no olvido”
· “Guerra Santa”
· “Envidia sana”
· “Mentira piadosa.”
Comencemos
por la primera. ¿Se puede olvidar algo que uno ha vivido implique perdón o no?.
El perdón nunca podrá ir de la mano del olvido, a lo sumo, podemos evitar
recordar con rencor, pero nada más. Lo que se ha experimentado, lo que ha
dolido, lo que supuso tristeza, lo que caló hondo, lo que nos retorció, no
puede olvidarse; tampoco lo que se gozó. Nada se olvida y por tanto ese aspecto
no es determinante en el hecho de perdonar o no.
¡Sobre la Guerra Santa qué podemos
decir! Cómo se puede santificar la destrucción, la muerte, la tortura, la
persecución, el asedio, la injusticia…y todo lo que cabe en la palabra “guerra”.
La santidad es un estado de bondad perpetua en la que
cual solamente caben la virtudes: la caridad, la compasión, la indulgencia, la
tolerancia, el altruismo…y un sin fin de cualidades más alejadas de la batalla.
Tampoco podemos considerar sana nunca a la envidia. La
rivalidad, los celos o la competencia, indignas jamás serán sanadoras. Por lo
tanto no cabe tratar de suavizar el contenido de la palabra principal con otra
que se opone diametralmente.
Por último, qué mentira puede evocar la piedad. Por
pequeña que sea nunca puede promover la verdad, ni acercarse siquiera al encuentro con la realidad. La mentira
siempre será mentira. Posiblemente admita, según el propósito y la intención
con la que se emita, alguna gradación solamente excusable en los casos en los
que la vida se acaba y se sabe que la persona prefiere terminarla con un
engaño, que por otra parte no creo que se produzca en realidad.
Los contrarios se pelean. No estoy de acuerdo con la
afinidad entre polos opuestos. Siempre se acaba por penar las diferencias y en
instantes inmediatos puede producirse auténticos encontronazos de irremediables
consecuencias.
Nos acabamos separando, de algún modo, de lo que es
radicalmente contrapuesto y el resultado siempre es el mismo; uno camina en
solitario como la mejor medida ante lo que nunca acaba de encajar con nosotros.
Igual pasa para estas palabras dicotómicas. Siempre parecen disonantes y
destempladas.
Yo tengo cuidado de no utilizarlas. Chirrían en mis
oídos y estallan ante mis ojos.
Al menos, separadas,
tienen sentido.
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