Todo lo que no
resolvemos o que nos negamos a aceptar, posiblemente quede en nuestras mentes
como un archivo de informaciones tortuosas y discordantes que pueden retornar: se
quedan estancadas y latentes –con vida- aunque las ignoremos o creamos que ya
no tienen trascendencia.
Según la dinámica de
la vida, la acción y el movimiento ocurren en el ahora –el presente evidente
para los sentidos- y es allí donde podemos hacer pesquisas internas a
través de la meditación –no buscando afuera sino en la sabiduría de nuestro
ser. Si logramos enfocarnos en lo sucedido con una mente y un corazón sinceros,
podremos comprender que somos parte del todo y que nuestras experiencias humanas
hacen parte de una trama donde interactuamos con otros cumpliendo vivencias de
aprendizaje que tienen propósitos y causas anteriores. No somos víctimas del
azar y las hojas llevadas por el viento ya cumplieron su ciclo en el árbol que
previamente llenaron de verdor. Tras esos procesos relajados y serios de
meditación podemos alcanzar la comprensión y la liberación de los yugos, y
podremos soltar todo aquello que nos enganchó conflictivamente a personas y
situaciones.
No resolvemos muchos
conflictos porque nos empeñamos en mantener intactas nuestras creencias y las
imágenes que formamos sobre los acontecimientos. Escapamos hacía el espacio
restringido de nuestras subjetivas personalidades y nos parece que allí estamos
refugiados y protegidos.
Sin embargo, esta
obstinación en sustentar un modelo ideal del mundo y de los demás corresponde a
las mentes infantiles dependientes, con sus necesidades de provisión y de
asistencia y plagadas de ilusiones.
Esas mentes infantiles
reaccionan con frustración y malestar si los demás no sacian sus
requerimientos: explotan hostiles o depresivas y elaboran sus dramas exclusivos
de opresión, marginamiento y pugna con otros.
Con esas actitudes, el
paisaje de la vida no parecerá amable y optimista. Cada pintor plasma en sus
cuadros lo que percibe de la vida, con su perspectiva y sus colores
particulares que lo definen a él más que al paisaje o a los ambientes y
personajes que retrata.
Con los escapes
eludimos la resolución de las situaciones en que participamos y nos vamos
rezagando. Nos desactualizamos porque nuestras mentes quedan apegadas a lo que
ya pasó. Nos volvemos anacrónicos y distraídos y descuidamos a los seres vivos
con quienes podemos establecer relaciones gratas y constructivas.
Perdonar el pasado es
simplemente deshacer la mentalidad de víctimas que conformamos bajo distintas
denominaciones metafóricas que pretendemos imponer como reales –sentirnos
“heridos”, con el corazón “destrozado” o “despedazado”- lo que sólo son
imágenes elaboradas por nosotros cuando hacemos interpretaciones egoístas
acomodadas a nuestra subjetividad.
Cada uno es lo que es
en este mundo de actores circunstanciales. Cuando decidimos comprender a los
demás, quizás podamos entender su vulnerabilidad y practicar la consideración
de Dante Alighieri en la Divina Comedia “Probarás como
sabe a sal el pan ajeno y que duro trance es subir y bajar por las escaleras
del prójimo”.
Por Hugo Betancur (Colombia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario