Nos pasamos la vida sufriendo o teniendo la sensación de que hay que sufrir. Lo hemos aprendido desde muy pequeños. Hay frases, gestos, dudas, desesperanzas…que se nos quedan grabadas para siempre y de las que no podemos despegarnos.
El aprendizaje de la felicidad no deberíamos de tener que hacerlo. De hecho nacemos felices. Somos felices cuando somos bebés. Pero desaprendemos lo que se siente siéndolo y sobre todo dejamos de lado el camino del bienestar gratuito después de integrar a nuestro comportamiento los temores de los demás.
Frases como:…”Hay que aguantar con lo que llegue”…,”nos ha tocado esto”…”no hay más remedio que…”y otras semejantes han ido cincelando nuestra voluntad a capricho del miedo al futuro y el temor inminente a cada instante.
Creemos que el estado natural en el que debemos encontrarnos es el de inquietud. La expectación, la impaciencia y la ansiedad nos llevan a mantener una turbación interna que nos impide el disfrute de lo bueno que nos sucede mientras estamos temiendo lo peor.
No nos han enseñando que la felicidad se produce en la antesala de lo que esperamos como favorable. Muchas veces es este mismo tiempo de espera el que más puede complacernos. A veces, el logro de lo que tanto anhelamos tiene menos aliciente que lo que logramos soñar hasta que sucede.
Hemos de ser conscientes, en primer lugar, de la importancia positiva de las emociones en contraposición con el pensamiento heredado. Podemos elaborar estados emocionales gratos; construirlos y engrandecernos con ellos. Beber de la fuente propia de la ilusión ante lo simple y lo sencillo, porque en ello está, la mayoría de las veces, la importancia de la satisfacción continuada.
En segundo lugar, hay que aceptar que la felicidad es efímera. Que tiene una curva de inflexiones que inexorablemente se producen. No se puede ser feliz continuamente, como no se puede dar muestras de lo contrario todo el tiempo.
En tercer lugar, asumir que la felicidad es una emoción básica que responde a factores muy diversos y que no debemos identificar con los estereotipos ligados al dinero, el poder o el sexo. Hay muchas formas de ser feliz; tantas como personas lo pretendan ser. Por ello, es urgente que cada uno se conozca bien y que logre distinguir qué es lo que realmente le hace sentir bien con independencia del resto.
Saber lo que queremos es importante pero lo es aún más diferenciar lo que no queremos. Entonces y sólo entonces habremos comenzado a caminar por la vía del disfrute propio. El nuestro. Si lo logramos se extenderá más tarde a nuestro entorno porque nada hay más explosivo y contaminante que una persona que es y se siente feliz. Aunque solamente sea a ratos.
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