Todo
cambia. La vida es impermanente. Nosotros somos otros a cada instante. El
movimiento es el motor de la existencia.
Nos
aferramos a lo que amamos, a lo que nos gusta, a lo de siempre, a aquello que
creemos que nos da seguridad. Ponemos la tranquilidad en el inmovilismo y es
precisamente lo contrario lo que nos daría sosiego.
Hay
una impresión de falsa seguridad en el apego. Creemos que nuestros hijos no
crecen; aunque les veamos cada vez más altos e independientes.
Creemos
que nuestros amigos son los mismos siempre, que lo somos nosotros…y en ese afán
de retener, se nos escapa la tranquilidad.
No
entendemos que el otro cambie. No lo admitimos. No perdonamos otras conductas.
No admitimos que las circunstancias pueden ser diferentes y que nosotros mismos
seamos otros también.
Tenemos
que desligar los sentimientos de las costumbres. Las rutinas, los hábitos nos
ayudan a vivir, nos facilitan la vida porque nos dan la seguridad de que
hacemos lo mismo, de la misma forma, en los mismos tiempos y moviéndonos en
espacios semejantes. Pero esa seguridad es engañosa porque nos ata al malestar
si algo cambia.
Cada
vez menos, es cierto, los patrones inmovilistas son pauta de conducta. Los
jóvenes se mueven de otra forma. Son dinámicos y entienden la vida en ese
movimientos continuo en el que asumen riesgos, se enfrentan a las novedades y
no les importan los cambios.
Muchos
de nosotros vivimos invadidos por resistencias. Ponemos freno a la novedad,
alzamos un muro ante lo desconocido y en esta cerrazón sufrimos porque no
queremos perder “lo de siempre”, “lo nuestro”, lo que nos fija al cuadro del
suelo en el que siempre ponemos el mismo pie.
Es
difícil dejar ir. Nos deslumbra ver las cosas de diferente color. Nos abate
encontrar diferencias en lo que creemos permanente. Pero nada lo es, salvo los
sentimientos verdaderamente afianzados en el corazón.
Puede
cambiar el lugar, el tiempo, el escenario y hasta el marco del cuadro, y hay
que saber asumir esos cambios, pero
estar seguro de que lo único que permanece son las vivencias y la emoción
puesta en ellas.
Ese
es el mejor regalo.
El que siempre nos llevaremos puesto allá donde vayamos.
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