La
historia de nuestra vida está compuesta por “tiempos”, por ciclos, por etapas
que van tejiendo nuestro mundo.
En
realidad, las cosas suceden cuando deben suceder. Ni antes, ni después, aunque
a veces tengamos la percepción, la decepción de creer que todo pudo ser mejor
si hubiese sucedido antes o incluso, si no hubiese sucedido.
En
una conversación con una amiga, se quejaba de ir haciéndose mayor. De no
encontrar la pareja que necesitaba y de tener la sensación de que el tiempo
caminaba muy deprisa en contra de lo que le gustaría.
Los
tiempos de cada uno no saben de edades, le dije. Nuestra cronología biográfica
nada tiene que ver con las sorpresas del destino. Y de nada sirve las creencias
estereotipadas de ser alto, bajo, grueso, delgado o las mil y una
imperfecciones que nos veamos porque si tiene que llegar lo que ha de
engrandecer nuestra felicidad, llegará.
No
vale buscar. Así no encontramos. Ha de llegar.
Espontáneamente, de forma
casual, sin darnos cuenta de que estamos entrando en “nuestro momento”; sin
hacer ruido en un principio.
La
vida es caprichosa, a veces. Te olvida, te arrincona, parece que no existes o
al menos que nadie se da cuenta de que estás presente. Otras, te sacude, te
retuerce y te impulsa a seguir entre dificultades y temores que nunca creíste
poder superar.
Lo
mejor es que también contiene una balanza y en ella se nos reservan “tiempos”
nuestros en los que se nos compensará la parte de la felicidad que se quedó
atrás.
Que
el tiempo no te pese si no estás en tu mejor momento; eso indica que en
realidad se están preparando otros mejores, los que tienen que compensar éstos.
Abrázate
a ti mismo, mímate, mantén la esperanza de que llegue lo que es para ti.
Y
mientras tanto, sueña. Nadie puede quitarnos la capacidad de imaginar, de
recrear y de visualizar lo que deseamos.
Hemos
perdido ese entrenamiento; lo perdimos con la infancia, lo dejamos allí.
Siempre
es el momento perfecto para empezar dónde estés.
Decídelo.
Hazlo.
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