Nos
sentimos solos muchas veces, aún con la gente alrededor. Tememos la soledad;
parece que estar sólo significase estar vacío. No tener, carecer de algo,
sentir el abismo bajo tus pies. No nos damos cuenta de que nunca estamos solos.
Siempre nos tenemos a nosotros mismos.
Todos
somos seres sociales. Nos gusta la compañía; la ansiamos, la buscamos y hasta
nos equivocamos en las elecciones.
Ponemos
demasiadas expectativas en el otro/a. Esperamos que sean de éste o del otro
modo. Necesitamos que se parezcan a nosotros, que opinen lo mismo, que se
muevan de una forma similar. Queremos coincidencias. Y éstas pasan por igualar
lo que somos, de otro modo sufrimos.
Lo
que pretendemos pocas veces se da y en caso de que suceda debe ser espontáneo,
nunca dirigido o forzado.
La
realidad es como es. Ni un ápice mejor ni peor de lo que nos gustaría. Aprender
a aceptar o tomar la decisión de alejarnos de lo que no nos hace sentir bien
puede ser la solución para la frustración ante el desajuste de caracteres con
los demás.
Nunca
estamos solos. Aún recuerdo la cita de un libro que leí recientemente y que
aludía a toda un caterva de seres que nos cuidan, guían y acompañan en nuestra
existencia.
Estamos, además, nosotros mismos. Capaces de
contar con una fuerza inusitada con la que podemos hacer frente a cualquier
eventualidad. Confiamos poco en nuestras posibilidades. Creemos que debe haber
un apoyo que nos sostenga. Alguien al que, implícitamente, reconocemos más
capaz que nosotros para echarnos una mano. Pero la realidad es otra. Somos
suficientes.
Podemos más de lo que creemos; solo hace falta saberlo y apoyarnos
en la mejor ayuda que tenemos, la del final de nuestro brazo.
Date
la mano. Confía. Puedes. Hazlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario