Estamos
volcados en el exterior. Todo lo que nos sucede parece que llega de fuera y que luego lo sentimos dentro. Sin
embargo, primero esta lo que somos y después cómo recibimos lo que nos sucede y
de qué forma reaccionamos ante ello.
Nos
perdemos, a veces, en el proceso. Invertimos los tiempos y los factores. Nos
equivocamos en los sujetos y en los objetos y al final, caemos en los errores
que nos provocaban pánico desde un principio.
Uno
es lo que es. Producto de su genética, del ambiente de su niñez, de la
ductilidad corazón que le acunó y de la firmeza de los primeros pasos que le
asistieron al comenzar a erguirse.
Lo
que somos viene de atrás. Lo que seremos depende de lo que vivamos ahora. En el
medio, todo un cúmulo de felicidades y desgracias que vamos tejiendo a golpe de
corazón unos, con astucia otros y la mayoría, a duras penas, orientados hacia
el logro de lo que les hace sentir mejor.
En
el fondo, ese sería el criterio de la criba. ¿Qué es aquello que me hace sentir
bien?¿qué es lo conecta con lo más íntimo de mi ser? ¿En qué situaciones y con
quién me siento mejor?¿en qué implica estas elecciones a las personas de valor
que me rodean?.
Podemos
viajar a muchos lugares. Volar alto, trepar a la cima y seguir sin penetrar
dentro.
Lo
que nos da seguridad no está nunca fuera. No es una cosa, ni tiene precio. Lo
que garantiza nuestro equilibrio siempre es un valor que tiene sus avales en lo
más profundo de uno mismo.
Cuando
te vaya bien, vete adentro y pregúntate si de verdad es lo mejor para ti.
Cuando te vaya mal, vuelve al mismo lugar y hazte de nuevo la pregunta.
Posiblemente, llegaremos a la conclusión de que siempre hay algo malo en lo
bueno y al revés.
La
vida se entiende mirando hacia atrás y uniendo los puntos.
No hay otra forma.
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