Me
he dado cuenta que hay muchas formas de instalarse en el mundo, frente a la
realidad, junto a ella, o con ella.
Puedes
dar la mano al enemigo o asediarle. Puedes encantarle o aburrirle, puedes
mostrarte seguro pero cercano o, por el contario, hostil y distante.
Uno
piensa que mostrar los sentimientos significa debilidad y en realidad,
compruebo que el de enfrente te ve así.
“No
hay nada de malo es mostrarme como me siento”, pensamos los que no guardamos nada
en la recámara…pero en realidad, exponerse siempre a corazón abierto, no es
bueno.
En
el amor pasa lo mismo. Hay personas que siempre quieren más, de lo que tienen
al lado y de lo que está por conquistar. Gente que sin saberlo, se engaña a sí
misma porque esa fuente nunca se sacia en ninguna forma.
Personas
que guardan pólvora para “por si acaso” y otras, sin embargo, que de repente se
nos abre el corazón y patinamos con el equipo puesto.
Este
juicio es tal vez apriorístico, porque si nos paramos a pensar, lo único que es
erróneo en quienes se muestran tal y como son, o tal y como sienten es entregarlo
todo, todo el tiempo.
Posiblemente
no hay que tener recámara, pero si reserva para poder seguir alimentándonos en
tiempos de sequía. Con lo genuino nuestro, con lo propio.
Hay
mundos que te encuentras sin querer y que te atrapan porque lo que te ofrecen
es una necesidad tuya, una urgencia o un problema sin resolver en ti.
Nadie
te obliga a hacer algo que no quieres. Nada te engancha si no conecta con algo
que en ti es idéntico. Por esa razón cuando nos hallamos en un mundo que no es
el nuestro, que nada tiene que ver con nosotros, es porque en el fondo
necesitábamos cumplir esa etapa de esa forma.
Posiblemente,
cada uno vuelve a su ser y cuando la etapa concluye, cuando se ha satisfecho el vacío que había
dentro, o cuando se ha resuelto la conexión que quedó por conectar, la vida de
cada cual vuelve a su sitio.
¿Dentro
o fuera?.
Me siento dentro.
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