Muchas veces olvidamos
lo más importante. Comunicar, expresar, transmitir… mientras nos preocupamos en
otras tareas con las que pretendemos ser felices.
Hacemos cosas, muchas
cosas. Estamos en una época que quien no participa de muchas actividades está
muerto. El gimnasio, la música, los idiomas, la informática…cualquier tarea es
buena para sentir el tiempo útil. Para encontrarnos ágiles y sentirnos plenos.
Instalados en la
modernidad dejamos de hablar. Cada vez hablamos menos con los de cerca y nos
comunicamos más con los lejanos.
Es como si lo
interesante estuviese siempre fuera.
Descuidamos lo de al
lado, a quien está codo con codo día a día a nuestro lado, a quienes sabemos
que están siempre, a los incondicionales.
Cuidamos a los del
otro lado del móvil o el ordenador, a los que no veremos en tiempo, a los que parecen entidades mágicas respondiendo en
una pantalla.
Pero la vida se
compone de expresiones en la mirada, de sonrisas cómplices, de guiños furtivos,
de palabras no dichas, de silencios sonoros.
De todo lo que a
través de un dispositivo móvil o virtual no puede sentirse.
No vale que nos
afanemos en hacer si no expresamos el resultado de lo hecho.
No vale que nos empeñemos en amar si se oculta
tras el silencio.
De nada vale que soñemos con afectos lejanos
si los cercanos se nos escapan entre los dedos.
Comparto este texto de
J. Bucay para dar forma literaria a mis palabras.
Espero que os guste.
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No era feliz...
Entonces, escribió un libro, plantó un árbol,
tuvo un hijo y tampoco pudo decir que lo era.
Entonces, escribió otro libro, plantó más árboles
y tuvo varios hijos, pero nada cambió.
Entonces, escribió sobre el árbol, tuvo cinco mil
libros, plantó a sus hijos, y fue más desdichado.
Entonces, plantó los libros, le escribió a sus hijos
y se sintió más desgraciado.
Entonces, cerró el libro, le habló a sus hijos y
se durmió bajo el árbol para siempre
En ese lugar hay una placa que dice:
"Yace aquí un hombre que
se olvidó de amar a los
árboles, a los hombres
y a sus hijos"
Jorge Bucay
Entonces, escribió un libro, plantó un árbol,
tuvo un hijo y tampoco pudo decir que lo era.
Entonces, escribió otro libro, plantó más árboles
y tuvo varios hijos, pero nada cambió.
Entonces, escribió sobre el árbol, tuvo cinco mil
libros, plantó a sus hijos, y fue más desdichado.
Entonces, plantó los libros, le escribió a sus hijos
y se sintió más desgraciado.
Entonces, cerró el libro, le habló a sus hijos y
se durmió bajo el árbol para siempre
En ese lugar hay una placa que dice:
"Yace aquí un hombre que
se olvidó de amar a los
árboles, a los hombres
y a sus hijos"
Jorge Bucay
Por primera vez, me ha encantado tu reflexión y no estoy de acuerdo con ella. Tampoco con Jorge Bucay.
ResponderEliminarPues estaría negándote querida Flor y tú te rendirías a nuestro silencio y ausencia.
Creo que la imaginación es un lugar sagrado que incrementa al individuo como tal y ahí es donde van a parar las palabras que viajan y cuidan desde lejos lo imaginado.
.Puedo vivir sin tus reflexiones y también sin la construcción que hago de tu persona, perfectamente y sin embargo te hecharía de menos mi alma y mis seres queridos y cercanos también te hecharían de menos pues mi idea de tí vive en mí y con ellos. Un abrazo inmenso querida amiga y compañera trabajadora de la intimidad cotidiana
Mi querida Xara excelente puntualización de una persona que ha llegado a una altura espiritual importante. Pero hasta llegar a ese punto, creo que es bueno construir imágenes sobre lo vivido, en los pilares de lo sentido, con la argamasa de lo expresado.
ResponderEliminarAmar o ser amado sin que el otro lo sepa implosiona el alma, muchas veces, aunque no la invalide.
Es muy rico este intercambio de ideas desde distintas posiciones. Graciasss y besosss