Cuando
más lo necesito siempre tengo ayuda. Creo que de algún modo la vida actúa como
siempre hemos dicho. El boomerang que lanzas, en el día a día, regresa a ti.
Actuamos
sin darnos cuenta. Vamos dejando semillas o roturando la tierra. Cerramos
heridas o abrimos cicatrices. Acariciamos o arañamos. Pulsamos la púa del
corazón o tensamos la cuerda del desamparo. Somos generosos o exigentes. Damos
o quitamos. Premiamos o castigamos. Somos unos u otros, a veces, e distintos
momentos con distintos modos.
El
problema real llega cuando se hace una cosa en vez de la otra en el momento
desajustado. Cuando a la persona que hay que regalarle flores le damos una
bofetada o cuando nos equivocamos de juicio y tomamos la bondad por tontería.
La
pena es que uno aprende todo esto cuando es tarde para aplicarlo a la
circunstancia en la que se produjo. Aunque eso sí, siempre quedará dispuesto
para después, para lo siguiente, para el siguiente.
No
es poco si logramos aprender. No lo es si podemos subir un escalón más, aunque
sea con sufrimiento. No lo es tampoco si a partir del error reconducimos
nuestra vida.
No
lo es si nos ha servido para saber lo que nunca más queremos y lo que no
volveremos a hacer.
No
hay culpables, ni víctimas, ni verdugos. Nadie es tan bueno, ni tan malo, ni lo
que sucedió fue tan negro, ni tan blanco.
No
hay medidas para lo que se vive. Se trata de experiencias para conocernos y
actuar mejor; no estará mal de paso que recordemos que pocas veces se avanza
sin caer.
Lo
más importante es saber lo que uno no quiere en la vida porque por exclusión
solamente nos quedará aquello que se
ajuste perfectamente a nuestro sentir.
Ese
es nuestro valor.
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