“Eli tiene solamente ocho años. No deja de pensar en aquello que desea. ¿Podrá pedirlo?. Se ha portado bien. Eso es lo que dicen sus padres que debe hacer para conseguirlo. Está segura que entonces, su deseo se cumplirá. Tal vez, con lo buena que cree que ha sido, pueda pedir más de un regalo.
Mira a través de la ventana. No está el coche de sus padres en la entrada de la casa. Corre hacia la cocina y no ve a su madre. Tampoco su padre está en el despacho. ¿Está sola en casa?. Comienza a tener miedo. Llama con fuerza a su madre pero nadie contesta. Tampoco cuando llama a su padre sucede nada. No hay ningún ruido. Entonces se le olvidan todos los regalos que quería pedir hace tan solo un momento. Y como si se tratase de un único pensamiento solo quiere que sus padres aparezcan.
Se queda sola en medio del salón, llorando. De pronto, sus padres asoman en la estancia con un enorme paquete que Eli no mira.
.- ¡Mi niña!, estamos aquí. No nos hemos ido. Solamente queríamos darte una sorpresa para traerte tu regalo.- dijo la madre.
Eli llena de temor se abrazó a ellos mientras sus lágrimas se mezclaban con su sonrisa. En un instante, sin más palabras, comprendió el valor del mejor regalo que tenía siempre: unos maravillosos padres que se convirtieron en ese momento en el mejor de los regalos.
El otro, el que traían consigo, no era más que una ilusión envuelta en un papel brillante.”
No hay mayor ilusión que la que proviene de las personas. Nada mejor. Ningún regalo como su tiempo y su amor. Nada comparable.
Luego, el resto, son solamente gotas de brillo que ponen color a la vida.
Regalemos amor.
No hay nada igual.
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